Lucio Anneo Séneca
A estas alturas de mi historia, tengo que decir que era vagamente consciente de que estaba metiéndome en un laberinto. Pero no sólo en un laberinto físico, sino espiritual. Alguien me dijo alguna vez que el mito del laberinto era una historia demasiado explotada… Yo no lo creo. No todos comprendemos a la primera lo que quizá más adelante nos veamos obligados a entender. ¿Un contrasentido, un juego de palabras? No, una certeza, proporcionada por la experiencia…
Jorge era fascinante. Había algo en torno a él que me arrastraba en contra de la razón, de la conciencia, de todas las reglas de la lógica, e incluso de la buena educación. Nunca había experimentado tal atracción fatal. Nadie debería sentirse a salvo de un poder semejante. Todos somos vulnerables, todo hombre y toda mujer sobre la tierra posee su propia piedra de toque. …Nuestra herida abierta, la que nadie podrá sanar nunca…
Estábamos en una cavidad húmeda y fría, pero cuando mis pupilas se acostumbraron a la oscuridad, descubrí que estaba menos vacía de lo que en un principio me pareció. Alineados contra las paredes cóncavas, identifiqué rápidamente varios sarcófagos. En el centro, otros tres, aparentemente más grandes, y bellamente decorados con escenas mitológicas, cuyo origen me pareció clásico, ciertamente arcaizante… Una luz tenue, que imitaba sin duda a la de las profundidades marinas, o que tal vez lo era, iluminaba débilmente aquella estancia
- ¿Dónde me has traído?
Jorge tenía los ojos locos de un iluminado. Metía el miedo en el cuerpo.
- Éste es el panteón de los Grandes, de los hijos de Minos y del mismo Minos, Señores de los Volcanes, los descendientes de Caín… Hay muchos de los nuestros enterrados aquí, en el suelo, en las paredes. Es un lugar sagrado.
Me estremecí, impresionada.
- Durante los últimos 300 años hemos guardado silencio, esperando. Pero ahora que una nueva Guerra Santa ha dado comienzo, es nuestra oportunidad. La ocasión única para acceder a los secretos que guarda el Inframundo, para comprender el alma del fuego, para acabar con la maldición, para hacernos con el poder del corazón. Pero para ello, necesitamos el Cetro de nuestro Gran Padre, Minos. Sólo él puede controlar a los Jueces de los Infiernos. Ello nos daría acceso a la fuente de toda gloria: Hades, el Dios de los Muertos.
Jorge se me aproximó, con los ojos encendidos. Retrocedí, intentando entender bien todo aquello.
- Un momento, ¿sugieres que uno de estos sarcófagos contiene los restos del legendario rey de Creta, Minos?
- Así es.
- ¿Y eso de la Guerra Santa? Me suena a secta de fanáticos, con perdón.
- La Guerra Santa es la lucha eterna entre dos bandos, en esta tierra y en este universo- una voz profunda y serena se escuchó en la oscuridad. Jorge empalideció, pude percibirlo a pesar de la poca luz reinante. De repente, vi como adoptaba claramente una actitud defensiva, con las piernas y los brazos separados, los ojos fijos en las sombras, todo su cuerpo en tensión. Vislumbré un destello dorado en lo profundo de la estancia. Algo se movió, y entonces pude ver claramente al que había hablado con tanto aplomo.
Se trataba de un joven de la misma edad que Jorge, unos 25 años, no más. Le reconocí inmediatamente: era él quien nos vigilaba en la plaza del León de Creta, al pie de la fuente, cuando Jorge prácticamente me obligó a seguirle a marchas forzadas. Era muy alto, con la tez morena, el pelo castaño meloso, los ojos intensos, brillantes y francos… La estampa misma de la majestad. Pero lo más impactante es que ahora iba vestido.., ¡con una armadura! Una impresionante armadura dorada, con su cinturón, su pectoral, sus grebas, que brillaba intensamente a la trémula luz… Sin embargo, por lo que pude observar, no llevaba armas. Una capa de color azul le caía desde los hombros hasta el suelo.
- Aioras, vuélvete por donde has venido.
- Ni lo sueñes. Estoy muy entretenido vigilando tus andanzas por Creta.
- No tienes derecho a estar aquí.
- ¿Ah, no? Te recuerdo que estamos en guerra. Todo movimiento puede considerarse ya como una ofensiva.
Jorge me empujó. Así, como suena: me empujó con fuerza, y me hizo caer. Supongo que le estaba molestando en sus movimientos, o en sus posibles movimientos, porque de momento, ninguno de los dos parecía dispuesto a enzarzarse en una lucha. Más bien, se estudiaban el uno al otro.
- No queremos nada con los Caballeros de Athena.
- No me cabe duda. Pero se da la circunstancia de que estáis interponiéndoos en medio de un conflicto, y por lo que he oído, presumo que intentando también sacar provecho de las circunstancias.
- Cuidado: estás en tierra sagrada para mi gente. No toleraré insultos.
Yo estaba fascinada. Tenía delante a dos hombres apuestos, vigorosos, en la flor de su edad. Uno de ellos parecía un guerrero imponente, con el espíritu de los grandes luchadores de la Antigüedad. El otro, que me había arrebatado con su sola presencia, con sus historias increíbles, con su acento extranjero y su belleza, no cedía… Se mantenía firme, aguantando el tipo, y no parecía dispuesto a retirarse así como así. Su firmeza era incuestionable. Me incorporé y me aparté de ellos.
El caballero dorado sonrió, y fue como si sacara los colmillos. Se cruzó de brazos, dio un par de pasos, se acercó. Jorge no se movió. Tenía los ojos fijos en la semioscuridad, brillantes, como los de una cobra de ésas que nos muestran a veces los documentales de televisión. El tal Aioras me señaló con el mentón.
- ¿Quién es? ¿Ahora os dedicáis también a secuestrar gente?
- Métete en tus propios asuntos.
- Éstos son mis asuntos. ¿Estás aquí en contra de tu voluntad?- se dirigió a mi directamente.
- Nnn-no.
- ¿Estás segura?
Le miré a los ojos. Aioras desprendía una serenidad cálida y regia.
- Estoy con él.
- De acuerdo.
Tuve miedo de repente. Pensé que podía ocurrir la debacle, que iban a enzarzarse ambos en una pelea mortal. Y sentí preocupación, una preocupación intensa, por Jorge. Sin embargo Aioras suspiró y se dio media vuelta.
- Voy a darte gusto, Kalathos. Me voy a ir por donde he venido.., por esta vez. Ya el otro día te herí, y quiero que lo recuerdes bien. Eso fue sólo una advertencia. Pero tengo otros asuntos más urgentes que me reclaman ahora. Sin embargo, ten por seguro que no voy a perderte de vista.
- ¿Kalathos?- susurré, pero ninguno de los dos me hizo caso.
- Como quieras, Aioras. Pero no vas imponer tus leyes en mi propio terreno. Te lo aseguro.
El caballero dorado sonrió con suficiencia, pasó de largo, y salió de la cripta. Antes de desaparecer, se volvió para mirarme.
- No sé quién eres, pero ten mucho cuidado. Me parece que ignoras dónde te estás metiendo.
Jorge, o Kalathos, se relajó un poco al verle desaparecer. Yo estaba inmersa en sentimientos contradictorios, de alivio y de rechazo al tiempo.
- Me has hecho daño. No vuelvas nunca a ponerme la mano encima- dije, muy ofendida.
Jorge me miró intensamente. Luego, habló con su acento extraño y dulce.
- Lo siento, Kelia. De veras. Aioras es muy peligroso. Creí que podría aprovecharse de tu presencia, capturarte, atacarte, no sé... El otro día fue él quien me hizo daño. Sólo intentaba mantenerte al margen, ¿entiendes? Sé que he sido muy brusco, y lo siento. Te pido perdón.
Hubo un silencio. Empecé a temblar de frío. Él se quitó su cazadora y me la puso sobre los hombros.
- Todo esto roza los límites de lo intolerable y de lo absurdo, Jorge. Aunque ése no te ha llamado así ¿Quién era? ¿Por qué te persigue y te amenaza? Y, ¿quién demonios es Athena? ¿La diosa? Toda esta cuestión mitológica empieza a cargarme. Es una verdadera locura.
- Él era el Guardián de la Casa Quinta, del que te hablé… Pero ahora ven, Kelia…
Me tomó de la mano, y nos acercamos a uno de los sarcófagos, el que ocupaba precisamente el centro de aquella extraña cripta subterránea. Estaba hecho de una piedra que no aprecié si se trataba de mármol, o cualquier otra. Aparecía completamente cubierto de pintura roja desvaída, con unos motivos espirales en los bordes, y algo así como un grifo alado en uno de los frontales, y lo que creí una flor de loto, en el otro costado. Otras flores adornaban completamente una cenefa vertical. Se sustentaba sobre cuatro patas rústicas, a la manera de pirámides truncadas, y la cubierta parecía el techo de una cabaña. Esa tapa estaba adornada con la misma pintura roja, figurando especie de soles, flores, y un dibujo muy parecido a las olas del mar. Me fijé en que tenía a cada lado cuatro asas rudimentarias, pintadas a bandas rojas.
- Mira: éste es el recipiente donde creemos que reposa el Cetro de Minos. El sarcófago sagrado.
- ¿Qué?
- Eso pienso.
Me volví y me enfrenté a su mirada.
- Jorge, me has mentido. Me dijiste que te llamabas así, pero ese hombre.., ese, ese caballero, o lo que sea…
Él alzó la mano, haciéndome callar.
- En otro tiempo, en otro lugar, mi nombre era Kalathos, querida.
- Y sin embargo eso suena a griego. Pero tú sólo me hablas en inglés. ¿Por qué?
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(En la fotografía, sarcófago de Hagia Triada, excavación arqueológica localizada en Creta. Se trata de una villa residencial de origen minoico, anterior al siglo XIV a.C)
2 comentarios:
Hola Querida Andrómeda, deseo que estés muy bien,
Siempre leo tu super-interesante espacio felicidades. Recibe todo mi afecto. Basos Valois
Hola Valois, ¡me alegro mucho de verte por aquí de nuevo, preciosa! Muchísimas gracias por los "piropos".., eso no te creas, pero es una de las razones que más me anima a seguir y a seguir escribiendo. ¡Vuestros comentarios favorables!
A ver si un día me escribes algo bonito sobre piedras, que ya sé que eres toda una experta ;-)
¡Muchos besotes, wapa! :-)
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