Eclesiastés, Cap. III, 1
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Mu temblaba de pies a cabeza. El castigo era más duro de lo que había esperado, pero no estaba dispuesto a darse por vencido. Dobló una rodilla y al fin se desplomó, incapaz de mantener la guardia. La oscura voz que provenía de aquel extraño, envuelto en una especie de sudario oscuro, le hizo olvidar un poco el dolor y la desorientación que sentía, ya que le forzaba a prestar atención.
- ¿Por qué te empeñas en desobedecerme? Desde los tiempos en que gobernaba el Santuario detecté en ti algo irritante: tu inmensa capacidad para cuestionar mis órdenes. Un defecto imperdonable, Mu.
El lemuriano alzó la vista, escupiendo sangre.
- La verdadera autoridad de la justicia no se mide por la fuerza.
La risa penetrante de uno de los dos guerreros con los que combatía se oyó claramente a su izquierda. El otro oponente permanecía mudo. El espectro embozado volvió a hablar.
- Te lo repito: si me traes la cabeza de Atenea, quizá el señor Hades te conceda la gracia de no relegarte a un rincón demasiado espantoso de sus terribles círculos infernales.
- Shion de Aries, es verdad que fuiste mi maestro y que gobernaste la causa de Atenea desde el Santuario... Pero por los dioses que la muerte te ha nublado la razón, y que eres un iluso si piensas que os voy dejar franquear sin más mis umbrales. Es cierto que no puedo enfrentarme a ti, pero mientras me quede un aliento, ellos- Mu señaló hacia la oscuridad, donde se guarnecían sus rivales-, ellos, no pasarán.
Shion, el espectro embozado, calló un instante. Luego, haciendo un gesto casual con la mano, como quitándole importancia a aquel asunto, ordenó a sus subalternos:
- Acabad con él de una vez.
- Máscara Mortal de Cáncer, Afrodita de Piscis- Mu se incorporó lentamente y acabó por ponerse en pie, intentando contener el ataque esta vez por medio de las palabras, para darse a si mismo algo de tiempo-, ¿cómo habéis llegado a este extremo? Antaño fuimos compañeros, pertenecientes a la misma hermandad, y juramos lealtad a la diosa a la que estábamos destinados a proteger, aún a costa del último sacrificio. ¿Qué ha pasado? ¿Es que la muerte es tan amarga que habéis vendido vuestras almas inmortales para sentir otra vez la caricia del viento en la piel? Yo mismo he visto vuestras tumbas, ahora vacías. ¿Quizá el hedor del Inframundo ha alentado en vosotros la sed por la sangre?
- No sabes lo que es la muerte, Mu- el guerrero silencioso habló por primera vez- Tú no has experimentado lo que es renunciar a la vida. Hades nos ha otorgado otra oportunidad, y por ello estamos aquí, dispuestos a servirle.
El lemuriano le volvió a medias la espalda. Pero no le perdía de vista.
- Sí, ya veo que el oro de tu armadura se ha extinguido, Cáncer. Ahora es negra, como la misma muerte.
De repente, una voz conocida invadió su cabeza. “Los Caballeros de Bronce están excluidos del Santuario. No podéis dejarlos pasar, matadlos si lo hacen”. Mu se esforzó por no delatar esta novedad, pero sintió una punzada de preocupación y de pesar en su interior.
- ¿Y qué más da, Mu? Vas a degustar por ti mismo el sabor de esa inexistencia en breves instantes.
Ambos guerreros salieron de las sombras. Uno de ellos, el que se había reído, parecía frágil, casi asexuado, como un adolescente. Tenía una belleza increíblemente pura y serena, pero su sonrisa revelaba un alma emponzoñada. El otro era alto, imponente. Sobre su cabeza, un casco impresionante, que simulaba el caparazón y las patas de un cangrejo. Sin más, alzó al cielo el brazo, y de su dedo índice brotaron rayos como los que se enroscan en las nubes de tormenta. Descargó el puño hacia delante, y espirales de ondas expansivas viajaron a velocidades invisibles para el ojo humano. Mu cerró los ojos y reclamó su poder. Inmediatamente, algo parecido a un muro de cristal se interpuso delante de él, y repelió el ataque sin problemas. El guerrero fue derribado, proyectado metros y metros hacia atrás, y su trayectoria sólo se detuvo cuando se estampó duramente contra una de las columnas de la Casa, lanzando un débil quejido ahogado.
- Déjame a mi- pidió el guerrero de Piscis, Afrodita.
Y el joven, que portaba una rosa roja en la boca, hizo un amplio movimiento con su brazo derecho, lanzando la flor. Millones y millones de rosas negras formaron un amplio remolino en torno a su cuerpo, persiguiendo a la primera rosa carmesí, y se precipitaron a continuación en una espiral diabólica, para impactar como granizo contra el escudo de cristal protector de Mu. Pero una fuerza desconocida hizo que las flores, como siguiendo un impulso imposible de detener, retomaran el camino de vuelta hacia Afrodita, que fue golpeado infinitas veces por sus propias rosas diabólicas. El caballero de Piscis también calló al suelo, dolorido y estupefacto.
- Este muro de cristal envía la imagen de su propio yo a todo aquel que lo amenaza. Cualquier ataque será devuelto a su origen- dijo Mu.
- Retira el escudo, Mu. Inmediatamente. Sabes que no te me puedes oponer en absoluto.
El lemuriano no se movió un ápice. El espectro de Shion de Aries, el que en vida había sido su maestro y jefe del Santuario, insistió.
- O lo retiras tú, o lo haré yo. Y dado que no puedes atacarme, me parece poco práctica tu obstinación.
Mu no contestó.
Shion, todavía embozado en su siniestro sudario, se situó delante del escudo cristalino. El lemuriano percibió cómo su poder se incrementaba hasta umbrales desconocidos por él mismo. Durante unos segundos, luchó con todas sus fuerzas para mantener su técnica intacta. Pero el muro de cristal se acabó rompiendo en cientos de añicos.
- Siempre has sido un iluso: la justicia siempre está de parte de la fuerza. Tu tiempo ha llegado, Mu. Y vosotros dos, ¿a qué estáis esperando? ¡Traedme la cabeza de Atenea!
- Yo haré que te muevas, lemuriano- Máscara de la Muerte de Cáncer avanzó de un salto y volvió a golpear a Mu con fuerza, una y otra vez, hasta agotar su respiración y casi romperle las costillas. Pero en el preciso momento en que iba a descargar sobre él su golpe de gracia, una especie de lluvia de meteoros hizo impacto en el guerrero de Cáncer, que salió repelido hacia atrás con una energía inusitada. Mu miró hacia arriba, y vio a un joven de pelo castaño y revuelto, de ojos enormes, vestido como un muchacho cualquiera, pero que cargaba a cuestas con el cofre de bronce que guardaba a buen recaudo su propia armadura.
- ¡Mu!- exclamó Seiya, el caballero de bronce de Pegaso- ¿Por qué te dejas golpear de esa forma? ¿Qué está ocurriendo aquí?
- ¿Por qué te empeñas en desobedecerme? Desde los tiempos en que gobernaba el Santuario detecté en ti algo irritante: tu inmensa capacidad para cuestionar mis órdenes. Un defecto imperdonable, Mu.
El lemuriano alzó la vista, escupiendo sangre.
- La verdadera autoridad de la justicia no se mide por la fuerza.
La risa penetrante de uno de los dos guerreros con los que combatía se oyó claramente a su izquierda. El otro oponente permanecía mudo. El espectro embozado volvió a hablar.
- Te lo repito: si me traes la cabeza de Atenea, quizá el señor Hades te conceda la gracia de no relegarte a un rincón demasiado espantoso de sus terribles círculos infernales.
- Shion de Aries, es verdad que fuiste mi maestro y que gobernaste la causa de Atenea desde el Santuario... Pero por los dioses que la muerte te ha nublado la razón, y que eres un iluso si piensas que os voy dejar franquear sin más mis umbrales. Es cierto que no puedo enfrentarme a ti, pero mientras me quede un aliento, ellos- Mu señaló hacia la oscuridad, donde se guarnecían sus rivales-, ellos, no pasarán.
Shion, el espectro embozado, calló un instante. Luego, haciendo un gesto casual con la mano, como quitándole importancia a aquel asunto, ordenó a sus subalternos:
- Acabad con él de una vez.
- Máscara Mortal de Cáncer, Afrodita de Piscis- Mu se incorporó lentamente y acabó por ponerse en pie, intentando contener el ataque esta vez por medio de las palabras, para darse a si mismo algo de tiempo-, ¿cómo habéis llegado a este extremo? Antaño fuimos compañeros, pertenecientes a la misma hermandad, y juramos lealtad a la diosa a la que estábamos destinados a proteger, aún a costa del último sacrificio. ¿Qué ha pasado? ¿Es que la muerte es tan amarga que habéis vendido vuestras almas inmortales para sentir otra vez la caricia del viento en la piel? Yo mismo he visto vuestras tumbas, ahora vacías. ¿Quizá el hedor del Inframundo ha alentado en vosotros la sed por la sangre?
- No sabes lo que es la muerte, Mu- el guerrero silencioso habló por primera vez- Tú no has experimentado lo que es renunciar a la vida. Hades nos ha otorgado otra oportunidad, y por ello estamos aquí, dispuestos a servirle.
El lemuriano le volvió a medias la espalda. Pero no le perdía de vista.
- Sí, ya veo que el oro de tu armadura se ha extinguido, Cáncer. Ahora es negra, como la misma muerte.
De repente, una voz conocida invadió su cabeza. “Los Caballeros de Bronce están excluidos del Santuario. No podéis dejarlos pasar, matadlos si lo hacen”. Mu se esforzó por no delatar esta novedad, pero sintió una punzada de preocupación y de pesar en su interior.
- ¿Y qué más da, Mu? Vas a degustar por ti mismo el sabor de esa inexistencia en breves instantes.
Ambos guerreros salieron de las sombras. Uno de ellos, el que se había reído, parecía frágil, casi asexuado, como un adolescente. Tenía una belleza increíblemente pura y serena, pero su sonrisa revelaba un alma emponzoñada. El otro era alto, imponente. Sobre su cabeza, un casco impresionante, que simulaba el caparazón y las patas de un cangrejo. Sin más, alzó al cielo el brazo, y de su dedo índice brotaron rayos como los que se enroscan en las nubes de tormenta. Descargó el puño hacia delante, y espirales de ondas expansivas viajaron a velocidades invisibles para el ojo humano. Mu cerró los ojos y reclamó su poder. Inmediatamente, algo parecido a un muro de cristal se interpuso delante de él, y repelió el ataque sin problemas. El guerrero fue derribado, proyectado metros y metros hacia atrás, y su trayectoria sólo se detuvo cuando se estampó duramente contra una de las columnas de la Casa, lanzando un débil quejido ahogado.
- Déjame a mi- pidió el guerrero de Piscis, Afrodita.
Y el joven, que portaba una rosa roja en la boca, hizo un amplio movimiento con su brazo derecho, lanzando la flor. Millones y millones de rosas negras formaron un amplio remolino en torno a su cuerpo, persiguiendo a la primera rosa carmesí, y se precipitaron a continuación en una espiral diabólica, para impactar como granizo contra el escudo de cristal protector de Mu. Pero una fuerza desconocida hizo que las flores, como siguiendo un impulso imposible de detener, retomaran el camino de vuelta hacia Afrodita, que fue golpeado infinitas veces por sus propias rosas diabólicas. El caballero de Piscis también calló al suelo, dolorido y estupefacto.
- Este muro de cristal envía la imagen de su propio yo a todo aquel que lo amenaza. Cualquier ataque será devuelto a su origen- dijo Mu.
- Retira el escudo, Mu. Inmediatamente. Sabes que no te me puedes oponer en absoluto.
El lemuriano no se movió un ápice. El espectro de Shion de Aries, el que en vida había sido su maestro y jefe del Santuario, insistió.
- O lo retiras tú, o lo haré yo. Y dado que no puedes atacarme, me parece poco práctica tu obstinación.
Mu no contestó.
Shion, todavía embozado en su siniestro sudario, se situó delante del escudo cristalino. El lemuriano percibió cómo su poder se incrementaba hasta umbrales desconocidos por él mismo. Durante unos segundos, luchó con todas sus fuerzas para mantener su técnica intacta. Pero el muro de cristal se acabó rompiendo en cientos de añicos.
- Siempre has sido un iluso: la justicia siempre está de parte de la fuerza. Tu tiempo ha llegado, Mu. Y vosotros dos, ¿a qué estáis esperando? ¡Traedme la cabeza de Atenea!
- Yo haré que te muevas, lemuriano- Máscara de la Muerte de Cáncer avanzó de un salto y volvió a golpear a Mu con fuerza, una y otra vez, hasta agotar su respiración y casi romperle las costillas. Pero en el preciso momento en que iba a descargar sobre él su golpe de gracia, una especie de lluvia de meteoros hizo impacto en el guerrero de Cáncer, que salió repelido hacia atrás con una energía inusitada. Mu miró hacia arriba, y vio a un joven de pelo castaño y revuelto, de ojos enormes, vestido como un muchacho cualquiera, pero que cargaba a cuestas con el cofre de bronce que guardaba a buen recaudo su propia armadura.
- ¡Mu!- exclamó Seiya, el caballero de bronce de Pegaso- ¿Por qué te dejas golpear de esa forma? ¿Qué está ocurriendo aquí?
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