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martes, 16 de junio de 2009

Caminando por el Alto Atlas I

La terminal T4 de Madrid es un auténtico coñazo. Por si viajáis y os toca arribar en ésa, aviso que vayáis, al menos, con dos horas de antelación. Nosotros, que creíamos que íbamos con tiempo, nos metimos en el avión casi de milagro. Qué estrés de pasillos, de controles, de pasaportes y de trenecitos que conectan andenes con vuelos y con instalaciones, por Dios... Creo que todavía me estoy recuperando de aquello más que del cansancio del propio viaje. ¡Las esperas y trámites en los aeropuertos son una angustia!

Desde el aire, esta zona de Marruecos parece similar a España, con sus mismos cultivos, pero bastante más árida... El viento aquí parece muy habitual, y levanta nubes de arena que colman el aire de una bruma casi perpetua. Al llegar al aeropuerto de Marrakech nos hacen una foto en los controles (qué risa). El funcionario de aduanas, extrañado por mi nombre de pila, me pregunta que si soy española, que de dónde eran mis padres, que dónde nací, que si sé francés... Aparentemente, no pueden concebir que nadie se llame Fátima más allá de sus fronteras.

La primera en la frente: me han perdido la mochila en el aeropuerto. Afortunadamente, y siguiendo indicaciones muy inteligentes, llevo las botas puestas, como en la peli. Eso me va a permitir andar, porque un trekking con botas nuevas (en caso de que pudiera encontrar dónde comprarlas) iba a ser muy jodido.., porque hasta que unas botas se "doman", las heridas en los pies están casi aseguradas. Decido no pensar, no quejarme, no retrasar más a mis compañeros. Las infraestructuras y los vehículos nos parecen relativamente modernos, a excepción de ese carro tirado por una mula que pasa a todo galope por delante de la gasolinera. Chilabas en moto nos observan y analizan con ojos curiosos. Nuestro conductor, ignorando una y otra vez nuestras negativas, se empeña en parar en una cooperativa de mujeres que extraen el famoso aceite de argán de los árboles. Como me he quedado sin el neceser de aseo, compro jabón y aceite puro(pensaba adquirirlos, ya os lo comenté anteriormente.., y pensé que así ganaba tiempo). Más tarde comprobé que era una especie de parada obligada en todos los desplazamientos turísticos :-)

En dirección a Imlil, todo cambia. Ya la carretera nos ofrece paisajes sugerentes: valles encajonados que cobijan caudalosos ríos (hogar de bellísimas garcetas blancas); puestos que venden de casi todo: dátiles, frutas, cacharros de barro, al pie mismo de la carretera; olivares semejantes a los nuestros, cultivos de altos palmerales; aldeas de barro que parecen nacimientos a tamaño real. El asfalto serpentea montaña arriba, cada vez más estrecho, cada vez más "perjudicado" por los hielos y las nieves de los duros inviernos del Alto Atlas. La conducción en Marruecos es algo más que temeraria, a nuestros ojos occidentales. Camiones llenos de hombres colgando como racimos suplen el papel del transporte público allá donde el autobús no se atreve a adentrarse. Las mujeres, pintorescamente cubiertas con velo, caminan por el arcén sin prisa. Viejos beréberes a lomos de burro hacen suya la tradicional frase en castellano que ellos repiten por doquier: "prisa mata, amigo". La prisa mata.

Imlil es una pintoresca aldea de montaña muy conocida en Marruecos, ya que de ella parten la mayoría de excursiones hacia el Parque Nacional del Toubkal, que era nuestro objetivo. La cumbre de este pico, el Jbel Toubkal (cuyo nombre significa, literalmente "el pico del que cree en la tierra") alcanza los 4167 metros de altura. Imlil debe su "desarrollo" precisamente a la actividad montañera que se desarrolla en la zona. En el pueblo termina la carretera asfaltada, y hay que empacar todo, después de una deliciosa comida a base de aceitunas, ensalada de tomate triturado con especias, y cordero. Alucinamos con las mulas (5 mulas con sus respectivos muleros para 8 personas que somos, ¡menuda caravana!); alucinamos con los puestecillos de Imlil camino de la ruta, en los que se vende de todo. Alucinamos con las ropas, con el habla de la zona, con los tipos ya genuinamente beréberes. Alucinamos, una vez más, con las carnicerías al aire libre, donde la carne pende de un gancho, cubierta de moscas, y las cabezas decapitadas de las cabras parecen un extraño tributo a algún dios ancestral (esto ya lo había visto yo en República Dominicana). Y finalmente, alucinamos con la gran cantidad de vegetación que espesa el fondo del valle, compuesta en su gran mayoría por nogales y otros árboles de espléndido porte. La temperatura es increíble: no creo que sobrepase los 24 grados a pleno sol.

Ibrahim fue nuestro guía: un especímen de los que ya quedan pocos en este mundo. Tengo que decir, en honor a la verdad, que casi acabó cabreándome (pero eso es más bien porque servidora tiene el carácter un poco fuerte, y muy pocas ganas de hacer lo que le dicen ni siquiera los que saben; tal cosa, por supuesto, es más bien un defecto mío que un problema de nuestro guía, y lo admito abiertamente delante de quien sea necesario). No puedo calcular su edad con certeza, pero pienso que rondaba los 40 años. En realidad este Ibrahim, aparte de ser en apariencia super conocido entre la comunidad montañera, es un guía excelente, y no tengo por qué negar la evidencia al respecto. Al principio debió hacerle gracia mi nombre (cómo no), y dio en llamarme por el apelativo de "Fátima Beréber".., aludiendo a que mi nombre era muy común allá en sus tierras (Fátima fue la hija única del Profeta Mahoma). Si queréis conocerle, está en una foto en este blog, sujetando a un niño en volandas. Es el de la izquierda, según se mira la foto :-). El otro, el de las gafas, es el jefazo de toda la organización (muy eficaz, por cierto).., el mandamás de las montañas; el que organiza todas estas excursiones y, aparentemente, el que gestiona cada uno de los movimientos de su gente por estos remotos lugares.

Subimos dos horas escasas por el camino hasta llegar al santuario de Sidi Chamharouch. Este enclave es una especie de "poblado santo" en medio de la montaña, bajo cuyos pies brotan las aguas de un caudaloso río, el Assif n Imlil. En esta zona fue hecha la fotografía de arriba: concretamente, en uno de los "bares" minúsculos del pueblo. El lugar consta de un pequeño grupo de casas, casi todas convertidas en tiendas de minerales o productos tradicionales. Pero de este santuario hablaré un poco más mañana. Nosotros, esa noche del sábado 6 de junio, acampamos junto al río, descubrimos un escorpión encima de una piedra, y disfrutamos por primera vez de las bondades de la acampada bereber: durmiendo en tiendas de campaña medio destrozadas de dos en dos, cenando y comiendo juntos los ocho en una jaima especialmente levantada cada día para nosotros, sin sillas, encima de estores y cojines. La cena era siempre igual: empezaba con una harira (sopa tradicional marroquí) que habitualmente estaba hecha a base de las sobras de la comida principal del día, más algún ingrediente adicional; las excelentes aceitunas y pan de la zona; y un plato fuerte a base de pasta o carne, verduras, lentejas, tomate, así como un fiambre asqueroso de cuya forma y color no quiero acordarme. Al ser Marruecos un país musulmán, desconocemos los ingredientes de dicho comistrajo. ¡Espero que no estuviera hecho con la carne de alguna mula, o cosa similar! XDDD

Fuera de coñas, y al margen de las limitaciones normales y lógicas en circustancias tan montañeras, las veladas a la luz del candil eran excelentes. Nos reíamos hasta reventar con los sucesos del día y las ocurrencias de todos mis compañeros. Ibrahim venía a hacernos una pequeña visita de cortesía cada noche, y hablábamos un rato de las rutas por la montaña, de lo que veíamos, de nuestros respectivos países, de nuestras diferentes constumbres. Al anochecer, se oían los rezos en voz alta de nuestros compañeros muleros, el cocinero, o el mismo Ibrahim, así como al amanecer, por regla general. Los musulmanes tienen por precepto que rezar cinco veces al día, pero nuestros acompañantes siempre eran bastante discretos, y nosotros procurábamos no molestarles en sus plegarias a Alá.

Mañana sigo contándoos nuestras andanzas por el Alto Atlas.
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Aprovecho este espacio, igualmente, para postear este comentario que ha aparecido hoy en el periódico madrileño 20 Minutos. ¿Os habéis enterado de lo que está pasando ahora mismo en la selva del Perú?:

"El peor de los grandes crímenes de Hitler fue hacer creer a los alemanes, derrotados en 1918 y arruinados por la crisis de 1929, que la culpa de sus males la tenía una minoría de su población, los judíos. Alan García ha señalado como culpable de los males de los peruanos, que él mismo ha agravado, a la minoría india que (osa decir con adjetivos ya comprobadamente homicidas) son ciudadanos de segunda y "como el perro del hortelano, ni come ni deja comer" de las tierras en las que viven. Este nefasto político sigue fomentando el genocidio que empezó hace 500 años, que agravaron en muchos sentidos los criollos tras la independencia, y que continúa hasta hoy con el neocolonialismo capitalista.

Urge denunciar y frenar, mientras estemos a tiempo, a Alan García, que se excusa tras razones de bien común que serían adecuadas para aplicar una política de exterminio de minorías, conflictos internacionales y destrucción catastrófica de la naturaleza en beneficio de unos cuantos".

Bueno, pues con mucha prudencia porque desconozco casi completamente el particular, y a mí sólo me gusta opinar sobre lo que sé a ciencia cierta, pero añado lo siguiente a este comentario publicado hoy, y firmado por un tal Diego Mas Mas: señor García (que no sé si tendremos algún antepasado en común porque ostentamos, aunque sea en segundas, el mismo apellido), le agradecería que no cite al insigne Lope de Vega para justificar sus propios genocidios, dado que los españoles ya somos acusados de unos cuantos, considero, como para añadir uno más a la lista. Y por cierto: esas tierras no sé si serán suyas, o de quién, pero apuesto a que la riqueza y la biodiversidad que cobijan pueden ser de interés para todo el resto de la Humanidad. ¿Me equivoco?

Los mismos perros, con diferentes collares... ¡Ya les vale!

¡Besotes!

4 comentarios:

Castor vs Pollux dijo...

Mmmmhhh... Muy bien contado. Como si lo viviera por segunda vez. Espero que me des tu permiso para plagiarte el texto.

Estoy impaciente por leer la continuación.

isthar dijo...

Hola amiga, me alegra saber que has hecho un viaje tan interesante.
Felicidades Valois-Marissa

Luz de Andrómeda dijo...

Ummmm: ¡me alegro que te guste! Claro que puedes "plagiarlo", hombre, todo lo que quieras, no problemo, jajaja.

Mañana más, a ver cómo lo cuento y si estoy acertada ;-)

Luz de Andrómeda dijo...

Marissita de mi vida: qué alegría leerte de nuevo. Sí, ¡menudo viaje! Revelador, algo que me ha removido desde el mismo fondo.

¡A ver si os gustan las etapas que voy a ir explicando! ¡Besooootessss!