Para finalizar esta semanita tan intensa (al menos por mi parte :-), que ha tenido de todo, publico la segunda parte del relato mitológico que ya avanzaba ayer.
Se trata de la historia de Laomedonte, un legendario monarca troyano con poca memoria y mucha poca vergüenza, al parecer XDDD. El texto me lo ha enviado Cástor vs. Póllux. ¡Que lo disfrutéis, y buen fin de semana a todos y todas, que ya va llegando aquí la primavera!
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"El rey Laomedonte lloraba, negándose a
aceptar el acuerdo, pero la propia Hesíone, argumentando que entregando su vida salvaría la de su padre, sus hermanos y la de todos los habitantes de la ciudad, exigió ser entregada al dios, como éste había pedido.
Laomedonte aceptó compungido, y las aguas descendieron inmediatamente, tras lo cual la princesa fue atada a una roca, y abandonada a la espera de una terrible muerte.
Sin embargo, la suerte o el destino quisieron que pasara por Troya el hombre más valeroso de entre los nacidos de mujer; aquel cuya fuerza era más propia de un dios que de un mortal: Heracles.
Heracles se ofreció ante el desesperado Laomedonte para salvar a su amada hija, a cambio de los caballos sagrados, que el mismísimo Zeus había entregado a Laomedonte a cambio de su hijo Ganímedes.
Laomedonte aceptó el trato, y Heracles marchó velozmente hacia la playa, donde llegó justo en el momento en el que un terrible monstruo emergía de las aguas, dispuesto a devorar a Hesíone.
El héroe se lanzó sobre la bestia, protegido por la gruesa piel del león de Nemea, que era fuerte e impenetrable como la mejor de las armaduras. El combate duró horas, pero finalmente, el monstruo murió, exhausto e incapaz de vencer a su oponente, que regresó triunfal a la ciudad, acompañado de Hesíone.
Aquella noche todo fueron celebraciones en el palacio de Troya; un gran banquete se celebró en honor al heroico hijo de Zeus; el vino se diluyó en agua y se escanció entre los asistentes, que pudieron disfrutar de la música y de las danzas de los muchachos y muchachas más bellos de Asia.
Pero una vez más el rey faltó a su palabra, y cuando Heracles, en mitad de la fiesta, le recordó cuál era el precio de su hazaña, ordenó sigilosamente a uno de sus sirvientes que escondiera los caballos en lo más profundo de las montañas, lejos de Troya, y que los sustituyera por otros caballos, que eran mortales.
Al día siguiente el héroe se presentó antes Laomedonte reclamando el precio estipulado, y el rey le presentó los falsos caballos sagrados; pero el engaño no surtió efecto y Heracles, dándose cuenta del ardid, abandonó enfurecido la ciudad jurando venganza.
Laomedonte y su familia vivieron tranquilos durante un año completo, trascurrido el cual Heracles regresó acompañado de Telamón, rey de Salamina, poniendo cerco a la ciudad con un numeroso ejército.
Las murallas de Troya eran inexpugnables, pero no así sus puertas, por lo que Heracles, armado con un olivo que utilizó a modo de ariete, las derribó, entrando en la ciudad y provocando una gran matanza. A continuación se dirigió al palacio de Laomedonte, asesinándole junto a sus hijos.
Hesíone, en cambio, fue entregada a Telamón como trofeo de guerra, pero ante su belleza el rey de Salamina cayó rendido, tomándola como esposa y ofreciéndola cualquier cosa que estuviera en su mano como regalo de bodas.
La desventurada princesa, con lágrimas en los ojos, se arrojó a los pies de su marido, y abrazándole las rodillas le pidió la libertad de su hermano menor, Príamo.
... Y así fue como Príamo, único varón con vida de entre los descendientes de Laomedonte, al serle concedida la libertad, llegó a convertirse en rey de Troya".
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