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viernes, 20 de febrero de 2009

Saga de Astrea 17-fanfic Caballeros del Zodíaco

Antes de pasar, más o menos como cada viernes, al capítulo de hoy de "Astrea".., quiero dar las gracias a todos los que me habéis escrito y/o llamado para felicitarme por la entrada "Donde duerme la inocencia" I y II... No he profundizado todo lo que hubiera querido (no puedo aburrir al personal, y esto es un blog) sobre este delicado asunto: pero que sepáis que seguiré dándole y dándole, a ese tema y a muchos otros. No admito (y eso no sé si es bueno o malo, aún a día de hoy) que la gente se resigne a ejercer como víctimas de las locuras, de las miserias, de la maldad ajenas.

Y aunque habría muuucho y largo, y tendido, que hablar, sobre la forma en la que atraemos estas cosas a nuestra vida.., y sobre las teorías que apuntan a la resolución de pruebas kármicas, y a la forma en la que, antes de encarnar, elegimos nuestra siguiente existencia., no me quiero meter ahora en las aguas oscurecidas por los mágicos pases de Neptuno. Pero el caso es que, mientras uno no es consciente de determinadas cosas, sufre. Sufre, ¡y mucho! Y aquellos que han descubierto, por el motivo que sea, determinados parámetros en la existencia, tienen la obligación (moral) de no estar callados. Qué le vamos a hacer: en el fondo, algunos tenemos clara nuestra auténtica vocación de.., ¡bocazas!

Dicho esto, gracias a Sabina, a Mandy, a Harlock Ichijo.., y a tantos otros, por vuestros comentarios y alabanzas. Que sepáis que ésta que suscribe.., mientras haya ondas de radio, mientras haya televisión, Internet.., mientras las tormentas solares ésas que dicen que se vienen, no tiren abajo todos los satélites.., o simplemente, mientras haya papel y lápiz, o yéndome ya al extremo.., mientras tenga voz.., procuraré no quedarme nunca calladita ;-)

Si puedo, y si me dejan :-)

¡Besotes! Vuestro apoyo me anima a seguir adelante.

Andrómeda.
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Siryu avanzaba por el Santuario siguiendo su propia luz interior, que le marcaba el camino con más certeza que cualquier guía… Estaba muy preocupado. Su alma, siempre distante, siempre serena, se sentía profundamente conmovida. Había abandonado los Cinco Picos, dejando atrás a su amada Sunrei, en busca de su maestro, que había desaparecido misteriosamente… Siryu, antes de partir, se había enfrentado a tres Espectros, venciéndolos. El joven se estremeció, recordando... Todos ellos eran Caballeros de Plata, derrotados en anteriores combates. ¿Qué estaba pasando en el mundo, para que los muertos salieran de sus tumbas convertidos en monstruos?

El Caballero del Dragón se había visto obligado a ponerse en camino hacia el Santuario inmediatamente… Entonces fue cuando se encontró con sus eternos amigos, compañeros de otras lides, y entre todos habían decidido unir fuerzas para enfrentarse a un pavor que no sabían qué implicaciones tenía. Siryu temía por la paz. Había sabido, por los tres Espectros, que una sombra cruel, devastadora, poderosa, se cernía sobre el planeta. Y presentía que todo lo existente se encontraba profundamente amenazado.

Siryu, sobre todo, se sentía obligado dolorosamente por su sentido del deber y de la justicia. Dejar sola a Sunrei había sido una de las peores decisiones que había tenido que tomar en la vida. El Dragón reflexionó para sus adentros. Bueno, era cierto que había sido duro. Pero al menos, ellos se amaban sin reservas, sin que nada ni nadie pudiera interponerse. Su maestro, Docko, así se lo había confirmado. “Vivid los dos juntos, el uno para el otro, y nadie podrá nunca separaros”. Siryu suspiró. ¿Ni siquiera el horror o la guerra? Y sin embargo, sin embargo, el joven Caballero de Bronce sabía que no todos en este Universo tenían su misma suerte.

Mientras caminaba escaleras arriba, acercándose rápidamente a la Primera Casa, Siryu reflexionaba hondamente. Él había tenido que elegir momentáneamente entre su amor y su deber. Pero, ¿qué ocurría cuando el deber y el amor eran absolutamente irreconciliables?

Siryu recordaba perfectamente… Todo el conflicto había tenido su origen en la decisión de Spiga. En la Batalla del Santuario, cuando todos los Caballeros se pusieron de parte de uno u otro bando, Alba había decidido enfrentarse a sus dos compañeros de Virgo, discípulos como ella, por socorrer a Shun.., pero lo peor, lo que había inclinado el plato de la balanza a favor de su perdición, era que también trató de luchar contra Shaka, ¡su propio maestro! Y en el código de honor de los Caballeros, esto equivalía, sin duda, a la peor de las traiciones.

Pero lo más triste, lo más duro, lo que casi precipitó a Espiga en un abismo de locura y de pena, fue que Mu, en el que tenía puesta absolutamente toda su confianza y su fe, no quiso defenderla en aquella especie de consejo de guerra que se celebró al término de la batalla…

El Dragón suspiró. No acababa de comprender cómo algunos, a su juicio, se conducían como invidentes.., cuando el que estaba ciego era él.

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