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viernes, 6 de febrero de 2009

Saga de Astrea 15-fanficCaballeros del Zodíaco

“El maestro da al discípulo la visión espiritual, y, por esa razón, el discípulo debe considerar al maestro su señor vida tras vida. No se debe faltar al respeto al maestro bajo ninguna circunstancia”.
Padma Sambava


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- Adiós, Seiya… No tienes nada que hacer aquí.
- ¿Qué?
- Si te entrometes, tengo órdenes expresas de Athena. No puedo dejarte pasar, y debo matarte si intentas atravesar la Casa Primera.

El Caballero de Bronce de Pegaso no quería creer lo que estaba oyendo. Se quedó inmóvil, mirando a Mu con los ojos desorbitados, temblorosos, incapaz de reaccionar. El lemuriano siempre había sido un amigo, el mejor. Sin reservas, los había apoyado, incondicionalmente, en la Batalla del Santuario, y posteriormente también, en todo conflicto, en cualquier situación, por más que las cosas se pusieran difíciles… La mente de Seiya estaba bloqueada, dolido su corazón. No concebía el desaire de Mu, como no comprendía por qué la diosa a la que había entregado su vida, aquella por la cual era quien era y por la que sacrificaría hasta la última gota de su sangre, había decidido exterminarlo, en caso de que tomase partido.., ¡por su propia causa!

Mu lo miraba intensamente. Nunca una mirada fue tan firme ni tan significativa. Hubo un silencio que pareció alargarse siglos. Y ese silencio contenía implícita una severa advertencia.

Pero Seiya no era fácil de intimidar, y jamás se rendía. Era su privilegio, y su mismo destino.

- ¡Escucha, Mu!- jadeó, poniéndose delante del Caballero de Oro- ¡Debe tratarse de un error! Athena no…, déjame hablar con ella. Esto tiene que ser un malentendido…

Pequeñas estrellas luminosas, como mariposas de fuego blanco, surgieron de la palma abierta de la mano de Mu, cuando la colocó frente al pecho de Seiya. Un segundo después, la onda expansiva proyectaba al joven metros y metros más allá, derribándolo sin contemplaciones.

- Te equivocas- dijo Mu- Estoy hablando totalmente en serio.

Seiya gritó, elevando la mirada y los puños al cielo, como si le hubieran arrancado las entrañas.

- Es un error… ¡¡No puedo creerlo!!

En ese momento, Máscara de la Muerte de Cáncer, el guerrero siniestro, aprovechó y golpeó al joven en el estómago con el puño cerrado, duramente.

- ¡Deja ya de lloriquear! Primero interrumpes, y luego te lamentas. Cállate ya, todo acabó, ¿entiendes? Todo acabó para vosotros y para el resto del mundo.

Seiya cayó al suelo y quedó de rodillas, prácticamente sin aire. Sus ojos, enormes e inocentes, estaban clavados en el guerrero negro, que siguió hablando, envalentonado. Mu mantenía los ojos cerrados, y no hizo el más mínimo movimiento.

- Ya estoy harto de este juego.- prosiguió Cáncer- Y sobre todo, estoy harto de vosotros, niños que juegan a ser hombres, que se sueñan guerreros, entrometiéndose en los asuntos de los dioses. Vuestra hora ha llegado por fin, y pagaréis cara cada osadía.- y el guerrero le propinó una patada destinada a dejarlo fuera de combate. Seiya la detuvo a duras penas, resistiéndose. No se daba por vencido.
- ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible? ¡Athena! ¿Cómo? ¡No puede ser! Ella nunca ordenaría eso…- el Pegaso se levantó, indómito- ¡Y voy a demostrarlo!

Seiya se irguió y, en ese momento, el cofre de bronce que llevaba a la espalda, y que mostraba en el frontal la silueta de un caballo alado en pleno galope, se abrió. Una luz intensa, como si todas las auroras estuvieran concentradas allí desde el principio de los tiempos, emitió potentes rayos, que era imposible mirar sin enceguecer. Fue como si el joven se encontrara fuera del espacio y del tiempo, como si todo el poder del Cosmos lo rodeara, lo penetrara, lo transmutara en un símbolo, en un arquetipo. Luces que representaban las lejanas estrellas de la constelación de Pegaso envolvieron su cuerpo, y así, pieza por pieza, una completa armadura de bronce apareció, cubriendo los puntos más vulnerables de su organismo. Seiya, completamente armado, aparecía como un imponente guerrero estelar. Había enviado su petición a la sagrada armadura para que le socorriera, como todos los Caballeros hacían siempre cuando era llegada la hora del combate. Y la armadura le había respondido. Aunque saltaba a la vista que aquélla había conocido tiempos mejores, y que se encontraba sumamente deteriorada por anteriores batallas.

- Vamos, Máscara de Muerte- dijo Seiya- Llegaremos hasta el fondo de este asunto.
- Vaya, qué armadura más notable- el Caballero de Cáncer lo observaba con sorna no disimulada- ¿Por qué no le dices a Mu que te la repare, según su arte? ¿Realmente piensas vencerme con ese pedazo de chatarra?
- Créeme, la armadura me es completamente innecesaria para dejarte fuera de combate.

Y Pegaso inició su danza. El baile de un guerrero que sigue el camino de sus propias estrellas... Seiya, así, invocaba a los poderes del cielo, del Universo, para que le enviasen la fuerza y el poder de sus astros. Todos ellos lo hacían, todos estaban animados por el mismo espíritu de las constelaciones que representaban. Seiya, investido con la sagrada armadura de su constelación, parecía mucho más fuerte. Una luz interior iluminaba su mirada franca, resuelta, valiente… Era un aura que lo envolvía y que, con el entrenamiento adecuado, incluso podía percibirse a simple vista. Las alas de sus grebas y de su diadema, que también portaba la efigie del caballo celestial, resplandecían con reflejos broncíneos. El joven no se movió cuando Máscara de Muerte corrió contra él, abalanzándosele... De repente, una invocación, un potente grito de guerra:

- ¡¡Meteoros de Pegaso!!

Miles y miles de luces azuladas, como estrellas fugaces venidas de no se sabe dónde y enviadas a velocidades increíbles, partieron de su puño extendido contra el oponente, que los recibió de lleno. Los impactos fueron potentísimos, brutales. Máscara de Muerte cayó a tierra, lanzando un quejido ahogado.

- Levántate, Cáncer. Haré que te arrepientas. ¡Te golpearé hasta cansarme!
- Eres un mocoso insolente- contestó el otro, poniéndose en pie- Si así lo deseas, enviaré tus entrañas directamente a los Infiernos.
- Vas a ser tú quien regrese allí, me parece.
- ¿Ah sí? Vamos a ver qué te parece esto- y Máscara de Muerte extendió su dedo, cubierto por su guantelete negra, donde una luz púrpura como la amatista latía, presta a enviar su ataque mortal- ¡Ondas infernales!

Seiya volvió a invocar a sus meteoros, dispuesto a hacer frente a este nuevo ataque… Pero justo en el momento en que proyectaba su puño, iluminado por la luz brillante del poder de su constelación, un rayo dorado lo alcanzó por la espalda, atravesándole de parte a parte, perforando su armadura. Seiya quedó paralizado; en cuanto a su antagonista, no daba crédito. El Pegaso sintió cómo temblaban sus rodillas, y sólo tuvo fuerzas para preguntar, con un hilo de voz:

- No lo entiendo, Mu. ¿Por qué?
- Te lo dije antes, Seiya. Te advertí que, si no te marchabas, corrías el riesgo de encontrar la muerte.

El Caballero de Aries le había enviado por la espalda tal ataque, que Seiya acabó desplomándose en el suelo.

- Pero entonces… ¡Athena!- Seiya jadeó, sin poder contener las lágrimas, que se le escapaban con cada aliento- En verdad nuestra misión ha terminado…

Mu bajó la vista.

- ¡Por fin has comprendido!- intervino Máscara de Muerte- Y déjame decirte algo más: Mu no sólo acabará contigo, sino que sacrificará a la diosa Athena en honor a Hades.
- No me creo una sola palabra- susurró Pegaso entre dientes, terco.
- Eso es problema tuyo. Pero Mu está obligado a hacerlo, mientras él esté aquí con nosotros- el Caballero de Cáncer señaló hacia la oscuridad.

Y entonces, por vez primera, Seiya fue consciente de la poderosa sombra, de la inquietante presencia... Una figura embozada que hasta el momento se había mantenido al margen, prácticamente oculta entre la negrura que proyectaban las columnas de la Casa Primera. El espectro embozado.

- Como de todas formas vas a morir, seré clemente contigo y te lo diré. Porque él es el maestro, el señor de Mu, ¿sabes?- Máscara de Muerte se aprestó a concederle el golpe de gracia- Él es…

Pero entonces Mu, incapaz de resistirlo, se interpuso con la velocidad del relámpago, y le detuvo, aferrándole del brazo con fuerza. Luego, lo apartó lejos, con apenas un movimiento de muñeca.

- Esto no te incumbe, Cáncer. Soy yo quien debe encargarse del muchacho.
- ¡Mu!- gimió Seiya, incorporándose lo suficiente como para poder verle el rostro.
- Escucha Seiya- la voz del lemuriano era suave como la caricia de las alas de una mariposa, cálida, exenta de odio- Quiero que descanses en paz. ¿Entiendes?

Y el Guardián de la Primera Casa se iluminó completamente con la dorada luz de su propia energía, ahora desplegada en ondas concéntricas… Alzó la mano, y por un instante la mirada de Pegaso y la suya se unieron en una sola. Millares de siglos, milenios, pasaron por la conciencia de Seiya en un segundo. Las pupilas de Mu no temblaron. Una potencia inconcebible, como la de una supernova, estalló. Y Mu arrancó todo ese terrible poder de sí mismo, ese fuego puro en su estado más primigenio y destructor, y lo proyectó sobre el cuerpo de Seiya, en medio de una descarga salvaje que hubiera podido arrasar de raíz los pilares del propio Santuario, de haberlo querido… Seiya lanzó un alarido inmenso, llamando a su diosa…

Extinción estelar.

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