viernes, 13 de febrero de 2009
Saga de Astrea 16-fanficCaballeros del Zodíaco
“No hay incendio como el de la pasión.., y no hay ningún mal como el odio”.
Gautama Buda.
Al, que caminaba la última, algo ensimismada, se dobló sobre sí misma de repente, sin venir a cuento, como si un puñetazo la hubiera golpeado en pleno vientre... Shun se volvió a mirarla, extrañado, pero después jadeó, como si también él hubiera acusado alguna conmoción invisible... La joven se aferró con las dos manos a una especie de cayado que llevaba. Hyoga escudriñó el cielo, boquiabierto, sintiendo cómo el pulso se le disparaba a mil.
- ¿Qué demonios ha sido eso?
Alba Espiga, Amazona de Plata de la constelación de Virgo, boqueaba como un pez fuera del agua. No podía incorporarse, pero aún tuvo fuerzas para musitar cuatro palabras:
- ¿Qué has hecho, Mu?
A Shun, de repente, le temblaron las pupilas.
- Amigos, no le siento… ¡No siento el cosmos de Seiya!
Hyoga, severo como una máscara funeraria, negó también con la cabeza. El Cisne se detuvo apenas un instante, y luego habló alto y claro.
- No está. ¡Seiya no está!
- ¿Y esa deflagración terrible?- preguntó Shun, con apenas un hilo de voz.
Al se alzó a duras penas. Llevaba en los ojos una luz de muerte, que transformaba su hermoso rostro en la cara de una auténtica asesina.
- Eso ha sido la Extinción Estelar de Mu. No perdamos más el tiempo.
- ¿Qué?
- ¡El golpe maestro del Caballero de Aries!- exclamó Hyoga- Nadie sobrevive a ese ataque.
Alba tenía auténticas ganas de pelea, y a duras penas las contenía... Shun sentía perfectamente todo su inmenso odio, que llevaba impreso en la mirada, y que ella no evitaba disimular. La tocó levemente en el hombro.
- Espiga, cálmate.
- Andrómeda, no te metas en este asunto, te lo suplico. Te lo pido como un favor personal.
- El odio no soluciona nada.
Ella le miró como si quisiera perforarlo.
- Nada soluciona nada, Shun. ¡Vamos!
Corrieron velozmente cuesta arriba, sin descanso. Al creyó que sus piernas iban a estallar. Vieron fuegos lejanos en los cementerios de los Caballeros, y pensaron que, probablemente, los Caballeros de Plata estaban arrasando las tumbas. ¿Para qué? Pero no podían detenerse. ¿Por qué nadie les salía al paso? Era como si todo el mundo hubiera desaparecido. Los tres sabían que la batalla no había concluido en la Casa Primera. Hyoga sólo esperaba poder llegar a tiempo para entrar en combate, antes de que alguna cosa irremediable tuviera lugar... Shun se preocupaba por Seiya, y exploraba en su corazón, buscando algún rastro del Caballero de Bronce de Pegaso… Y Al.., Al sólo tenía una idea fija en la mente, una obsesión, un dolor como de agonía mortal que le retorcía hasta la misma expresión del rostro: Espiga quería matar a Mu. Aunque ella misma se extinguiera en el intento.
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La vida es una cosa curiosa… Los que combatimos en ella bajo las estrellas de la constelación de la Virgen odiamos, por encima de todo, la incertidumbre… Y sin embargo, ésa es la misma naturaleza de la propia vida. También he tenido que reflexionar mucho sobre la naturaleza del tiempo, puesto que el tiempo está hecho de una materia poco aprensible. Se puede vivir una vida entera en tan sólo un instante. Se puede morir una muerte completa durante toda una larga vida. Eso es algo que comprendí durante el mes entero que Mu pasó en la India, junto a nosotros.., junto a mi.
Cada día era como un milagro. Como una bendición de los dioses. La felicidad se sentó a mi lado, sonriéndome con su mirada clara y serena, y me asentía cuando yo me preguntaba a mi misma si acaso podría ser aún más dichosa. Mu resplandecía con una luz inextinguible. Ni una sola duda se aposentó un instante en su corazón, lleno de coraje. Lo sé, porque en ocasiones puedo sentir las cosas a distancia, como si fueran parte de mi misma.
Jugábamos a pelear sobre la hierba. Me enseñó cosas que jamás hubiera podido descubrir por mi misma. Mirábamos al cielo en las madrugadas cálidas, colmadas de perfumes embriagadores, y nos sentíamos un solo ser en dos cuerpos diferentes. Dedicábamos noches enteras a consagrar aquella unión. Comíamos un poco entre las flores de madreselva, reíamos como niños recién llegados al mundo. No tenía la necesidad de protegerme de nada ni de nadie, porque él era como un escudo inmenso, de diamantes invisibles, que se interponía entre yo y el Universo para que nada me tocase.
Aprendí que el silencio es sólo la ausencia de palabras, y que hay enlaces indestructibles que ni las leyes de los hombres, ni aún las de los dioses, son capaces de vulnerar. Sentí el fuego abrasador corriéndome por las venas, semejante a una cabalgada nocturna sin fin. Compadecí a los que no aman, a los que no se dejan arrastrar por este sentimiento, cuya fuerza no tiene nombre, ni rienda, ni voz. Hubiera dado una vida, mil vidas, mi alma eterna y todo lo que amo, por permanecer así, hasta el final de los tiempos…
Puedo decir, con orgullo y sin amargura, que sólo viví durante un mes... Que sólo estuve realmente viva sobre esta tierra, en ese corto espacio de tiempo.
Y sin embargo, todo acabó de pronto. Mi maldición, mi herida incurable. Mi destino. Ése que mi maestro, Shaka, sabía que no quería afrontar.
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