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jueves, 12 de marzo de 2009

El rey que faltaba a su palabra I


Hoy y mañana, os voy a presentar aquí mismito una narración de éstas heroicas que tanto me gustan, que me ha enviado Castor vs. Póllux hace dos días... Trata sobre la no muy conocida historia de Laomedonte, rey de Troya.., mejor dicho, es más bien la historia de sus perjurios. Porque lo de este hombre, no tiene denominación posible :-)

Dejo, así pues, la Saga de Astrea para la semana que viene.., no voy a torturaros mucho en esta ocasión XDDD. Pero os recomiendo, sí, que leáis esta narración mitológica. A mí me ha parecido muy interesante.

¡Besotes! Os dejo con el perjuro rey de Troya, narrado, en esta ocasión, al estilo géminis ;-)
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"Quiero contaros un cuento que os habrán contado mil veces, porque es viejo como la historia de los hombres. En él aparecen héroes que, en ocasiones, actúan como villanos; villanos capaces de sacrificarse por amores prohibidos; amores que se convierten en odios; y víctimas de esos odios que, a veces, y sólo a veces, entierran su dolor y sueñan, y dan a luz nuevas esperanzas. Es un cuento en el que no hay buenos ni malos, y que comienza, hace mucho, mucho tiempo, en las lejanas costas de Asia.

Allí, muy cerca de donde se funden las oscuras aguas del Bósforo con el azul turquesa del Egeo, en la costa de la Troade, el rey Laomedonte gobernaba sobre una rica y próspera ciudad.

Sin embargo, algo preocupaba a Laomedonte, hasta el punto de robarle el sueño, y ninguna de sus riquezas era capaz de aliviar ese temor. Los oráculos habían vaticinado que su ciudad sería pasto de las llamas, los templos arrasados hasta sus cimientos, sus hombres pasados a cuchillo, los ancianos asesinados, y las mujeres y los niños convertidos en esclavos. Los oráculos decían que nada quedaría de Troya, salvo el recuerdo de su grandeza.

Por esa razón, el rey había reunido a sabios y arquitectos de las más lejanas partes del mundo; desde Sicilia hasta el Ponto, desde Egipto hasta Tracia.., pero ninguno había sido capaz de lograr lo que deseaba Laomedonte: unas murallas tan sólidas que ningún hombre pudiera derribarlas.

Uno tras otro, los distintos proyectos de los mejores constructores de su tiempo eran descartados o se mostraban irrealizables, por lo que la desesperación del rey de Troya iba en aumento… Hasta que, finalmente, un día aparecieron en palacio dos viajeros desconocidos por todos, que se ofrecieron a construir unas murallas como el mundo no había conocido antes.

Todos les tomaron por locos, o por farsantes; sin embargo, Laomedonte pensó que nada tenía que perder. Si los desconocidos terminaban en el plazo convenido las murallas, serían recompensados con la mitad de las riquezas del rey; si no lo conseguían, nada recibirían a cambio, y tendrían que irse por donde vinieron.

Las obras comenzaron, y en la mitad del tiempo del estipulado estuvieron acabadas. Los habitantes de Troya se maravillaron, pues aquella obra no parecía al alcance de los hombres: tan altos y gruesos eran los muros que debían proteger la ciudad de su destino.
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Sin embargo, el hombre tiene mala memoria para las preocupaciones pasadas, y tan pronto como Laomedonte se sintió a salvo tras los impenetrables muros, olvidó su promesa y comenzó a dar excusas para no pagar su deuda. Cuando las demandas de los desconocidos por recibir lo que en justicia era suyo se hicieron excesivamente molestas, el rey, enfurecido, los hizo expulsar de la ciudad, amenazándoles con cortarles la nariz si volvías a aparecer por allí.

En ese momento, Poseidón, dios del mar y de los caballos, y Apolo, dios del Sol, pues no era otros sino ellos ambos desconocidos, se deshicieron de su apariencia mortal, y mostrándose en todo su divino esplendor, dirigieron su ira contra la ciudad que tan mal los había tratado.

Apolo envió una peste que diezmó a sus habitantes, mientras que Poseidón, con el tridente que Hefesto forjara para él, golpeó enfurecido la tierra. En el mismo instante el suelo tembló, y las aguas comenzaron a inundar las tierras de Troya.

Laomedonte observaba desde su palacio cómo su reino desaparecía bajo las aguas, y cómo los habitantes de la ciudad lloraban y se afanaban, buscando refugio en lo más alto de los tejados de sus casas... Entonces pidió clemencia a los dioses a los que poco antes había mentido.

Poseidón le escuchó, pero como condición para que las aguas volvieran a sus límites naturales, exigió el sacrificio de Hesíone, la hija menor de Laomedonte, que debería ser abandonada en la playa para que un monstruo marino la devorara
"

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