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viernes, 17 de abril de 2009

Saga de Astrea 23-fanfic Caballeros del Zodíaco

Ella no te necesita: tiene tu recuerdo, que vale más que tú
Alejandro Casona.
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Una vez, hace algún tiempo, tuve que retirarme: no había otro remedio.

Contra mi voluntad, contra mis deseos… Tuve que retirarme, y no recuerdo haberme enfrentado a ninguna decisión tan difícil en toda mi vida.

Y no es natural en mí retroceder o darle la espalda a algo... Pero tuve que hacerlo. Y eso me dolió más que todas las heridas recibidas a lo largo de los años.

No pude decir adiós. No hubiera tenido fuerzas. No soy un dios.

Elegimos siempre. El destino nos espera a cada vuelta del sendero, con dos espadas desenvainadas, señalando dos caminos diferentes... Uno toma el arma que mejor le parece. Sea uno de la raza que sea, sea uno de la edad que sea: siempre hay disyuntivas.

No me arrepiento de haberla abandonado: no es mi naturaleza, la del arrepentimiento.

¿O quizá sí?

Cuando el destino del mundo depende, probablemente, de una sola batalla.., ¿qué es más importante, el destino del mundo, o el amor?

El amor le está vedado, usualmente, a los guerreros…

Así pienso yo. Porque si no, vacilaría.

Y juro que no está en mi naturaleza la vacilación.

¿O quizá sí?


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Doce signos, doce casas… Un reloj que ardía lentamente, con doce llamas azules, marcando el paso del tiempo…

Mu no deseaba hablar más, sólo darse prisa. Normalmente no era de muchas palabras... Más bien al contrario. Se había repuesto algo, ya que jamás daba alas a la desesperación, sentimiento que le ofendía y contra el que se rebelaba, venciéndolo siempre. Se había puesto en pie de nuevo. No estaba en su mejor momento, pero mucho más alerta y animado de lo que cabría esperar. Quería ir en pos de sus atacantes, atravesando su propio umbral. Se preguntaba si podría hacerlo sin caer malherido en otro enfrentamiento…

Pero no lo habría conseguido si no hubiera sido gracias al viejo Docko… Docko, que había surgido de la nada, después de 243 largos años, abandonando su morada en China, en los 5 Picos; Docko, que se había presentado de improviso, sin pedir permiso a nadie. Y que ahora estaba allí, frente a ellos, pequeño, imperturbable, muy, muy tranquilo. El equilibrado Docko, el Caballero de Libra. Se había presentado sin más, como una estrella fugaz; había encendido los fuegos de los Doce Signos en el sagrado reloj del Santuario, y le había plantado cara al Espectro de su maestro, Shion de Aries, que había pretendido acabar con la vida del mismo Mu. Había liberado al lemuriano de la ominosa energía con la que Shion le mantenía cautivo, y había obligado al espectro a desenmascararse.

Parecía doblegado por la edad; sin embargo, no parecía tener miedo a nada ni a nadie. Y mucho menos, a Shion.

Mu ardía en deseos de perseguir a aquellos que habían vulnerado su umbral… Pero aún espero unos minutos. Se resistía a dejar a Docko allí solo, a merced de su enemigo.

Y no era tanto porque le sintiera débil... Era más bien por asombro. Porque el Espectro de Shion aparecía ante sus ojos, ya desembozado, con una apariencia juvenil, asombrosamente vital y poderosa. Mu no podía creerlo: ¡habían pasado 243 años!

- Me disgusta tu traición- masculló el anciano de los Cinco Picos, casi masticando las palabras- Nunca has pensado mucho en los que dejas atrás, ¿eh?

Mu sintió una aguda punzada de dolor en el pecho. Hacía tiempo, alguien muy querido le había dicho algo parecido: “Tú no miras atrás. No tienes ni idea del rastro de sangre que van dejando tus pisadas”.

Shion rió con todas sus ganas, echando hacia atrás la cabeza. Su armadura aparecía completamente ennegrecida, y aparte de ese detalle, todo en él era poder, vigor, juventud.

- Ay, Docko…- Shion parecía no poder parar de reír- Te veo muy perjudicado, viejo amigo.
- Hijo de Lemuria- respondió Docko-, sería natural en ti mostrar esa apariencia vigorosa aún hoy, si hubieras estado vivo... Pero entraste en el otro mundo cuando la rebelión de Saga, y sin embargo, ¿aún respiras y caminas sobre la tierra? ¿Qué ha ocurrido con tu dorada armadura?

Shion sonrió. Tenía una sonrisa bella y franca como la de un niño, los ojos de un profundo color violeta. Su voz emanaba poderío a cada palabra.

- ¿Estás sorprendido, Docko? Esto es gracias al poder de Hades, rey de los Infiernos.
- ¿Quieres decir que has hecho un pacto demoníaco?
- Me fue otorgada una nueva vida al jurarle lealtad al dios Hades. Y escucha esto, anciano: con el cuerpo de un ser humano cuando es más joven, fuerte, bello y deslumbrante. Compárame contigo, Docko: un pobre viejo.
- Es una ilusión…- respondió el Caballero de Libra, sin inmutarse.
- ¿Qué?
- Estoy diciendo que tu vida y tu juventud son una mera ilusión. ¿Por qué crees que encendí las llamas del reloj sagrado? La vida siempre es una ilusión, tanto como esas llamas. Y en tu caso, más que en ninguno, ¿me oyes?

Docko de Libra se volvió de repente hacia Mu, que asistía a la conversación en silencio, absolutamente asombrado.

- Mu, ve tras Saga de Géminis... Une tus fuerzas a las de Aioria y los demás, y evita que los Espectros den un solo paso cerca de Atenea. Ahora debemos hacer todo lo posible para protegerla, antes de que las llamas del reloj sagrado desaparezcan. Yo me encargaré del asunto de tu antiguo maestro…

El Caballero de Aries asintió y salió disparado, sin decir una sola palabra, rumbo al interior del Santuario.

- ¡Detente, Mu!- gritó Shion, encolerizado- ¡No te muevas!
- ¡Shion!- le interrumpió Docko, alzando la voz más de lo que su frágil cuerpo parecía permitir, y apuntándole con el cayado en el que usualmente se apoyaba – Seré yo tu oponente, si pelear es lo que quieres… Por primera vez desde hace tanto tiempo, lucharemos frente a frente.
- Sabes que si tú y yo peleamos- sonrió el Espectro- tendrá lugar una batalla de Mil Días… Y estoy seguro de que tú no deseas eso.
- Al contrario: es justo lo que quiero- afirmó Docko, tajante.

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Lo recuerdo muy bien: me desperté dulcemente, envuelta en la luz tenue del alba rosada que, con la pureza de una flor, amanecía eternamente sobre las blancas cumbres de Jamir. Tú me habías traído a ese lugar místico... No había dificultad para ti en hacer eso en cualquier momento, puesto que dominas ese poder.

Sonreía, todavía acariciada por el tibio sopor del sueño y el calor inextinguible de tu presencia, y transida por la huella imborrable de tus caricias... Hasta que mi intuición, soberana de mis pensamientos y de mis días sobre esta tierra, me alertó de que algo no iba bien. Esa condenada intuición, como un soldado a mi servicio, eterna servidora a mi pesar, que guarda mi lecho cuando descanso, y que nunca duerme, nunca ama, nunca desea.

Percibí, entre mis pestañas entreabiertas, un resplandor dorado… Y ese brillo, que normalmente no tendría por qué temer, que jamás hubiera despertado mi alerta, hizo que se me subiera, de repente, el corazón a la garganta.

- ¿Completamente armado y a los pies de la cama?- pregunté, extrañada, sin abrir del todo los ojos. Ya en guardia contra mi voluntad, pero intentando ser suave. Con precaución.

No obtuve respuesta. ¿Qué ocurre? Por todos los dioses, ¿qué ocurre?

Entonces abrí los ojos y te miré de veras… Y allí estabas, de pie, efectivamente armado, como si todo tu mundo fuera de repente la guerra, y sólo la guerra. Los ojos verdes, encendidos con una mirada severa, me los clavaste como cien puñales en el alma. Impenetrable rostro, de una dureza brutal. No había forma de llegar a ti. Lo sabía de antemano: esa batalla ya estaba perdida.

- ¿Qué se supone que estás haciendo?
- Me voy. Tú te quedas aquí.

Eso me envalentonó. Lo recuerdo muy bien. Porque me conozco. Y mi cólera, que es muy inflamable, rápidamente empezó a arder. No soy mujer que pueda dominarse fácilmente. Bajo ninguna circunstancia.

- ¿Quién te crees que eres, para tratar de darme órdenes?

Los verdes ojos ni siquiera pestañearon.

- Me.., me has traído aquí.., para mantenerme alejada… ¿Es eso? ¿Me has engañado para apartarme de esa batalla?

Ese silencio… Un silencio que, lo juro, ¡lo juro!, puede ocupar el espacio de mil quásares, de mil constelaciones, de mil nebulosas… Un silencio que es eternidad. No sabéis lo que es ese silencio. No sabéis lo que es esa mirada esmeralda, dura como un diamante. Yo sí.

Mu se dio media vuelta, con la intención de salir. Un segundo tardé en saltar de la cama y tomar mi báculo, coronado por una amatista.., una piedra que quizá siempre fue para mi como una premonición. No fui tan rápida como él. No sé qué es lo que quería hacerle, pero desde luego, no hubiera vacilado. O sí.., quién sabe. Pero él me golpeó primero. Siempre fue más rápido.

Llena de ira, le miré a los ojos y me limpié la boca. Me había partido el labio.

- Tú nunca miras atrás- le espeté, entre dientes- No tienes ni idea del rastro de sangre que van dejando tus pisadas… Y no sabes cómo te odio ahora mismo. No te haces una idea.
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El bebé miraba, con sus ojos enormes, un juguete, que giraba sin descanso sobre él… Alargaba las manitas y reía, tratando de alcanzarlo. Su hermano, moreno, hermoso como un ángel, de pelo ensortijado y rebelde, se asomaba sobre el borde de la cuna y lo miraba, sonriente y protector. El bebé reía y reía...

De repente, el rostro de su hermano no era su rostro. Una niña oscura, de mirada asesina, terrible, había suplantado su lugar, y miraba al bebé con una sonrisa perturbadora, siniestra. Como si quisiera acabar con su vida
”.

- ¡¡Ikki!!

Shun se levantó de un salto, jadeando, aterrorizado... Alba, alarmada, corrió a su lado.

- ¿Qué te ocurre, Andrómeda?
- No lo sé, Al.., no lo sé.
- Una pesadilla, Shun- comentó Hyoga, y también se puso en pie.

Al miró al cielo, y de repente tuvo una sensación extraña.

- ¿Qué hora es?

Shun miró al reloj del Santuario, inflamado de llamas azules.

- Las.., las.., ¡ocho de la mañana! Pero, ¿cuánto hemos dormido?
- Yo, nada, pero el problema no es ése...
- ¿No? ¿Y cuál es el problema?
- Mira al Este, Shun- concluyó Hyoga- El problema es por qué no ha amanecido aún.

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