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jueves, 18 de septiembre de 2008

En lucha con el enano (versus Plutón)

Ayer por fin me dio el ataque (como usualmente), y obedecí al impulso: me apunté a kung-fu. Estuve desde las 9 hasta las 10 y media de la noche dándome y recibiendo golpes con un chaval de un metro noventa en un dojo que hay por aquí, en Madrid. "El Junco Rojo", se llama.., nombre sugerente y de connotaciones míticas en China (el "junco rojo" original era algo así como un barco donde una troupe de "iniciados" medio sacerdotes, medio guerreros, aprendían los secretos del kung-fu. Ya estamos con las cosas raritas XDDD).

Pero paso hoy de ponerme demasiado dramática... No tengo ganas de hablar de chorradas. Sólo comentar que es una lástima que no me haya animado antes con esto. Sobre todo, porque salí con una relajación tal que me duró exactamente hasta las 3:00 de la mañana, y eso me permitió dormir unas horas.., las suficientes como para mantenerme hoy en pie y hacer todo lo que tengo que hacer. Juro que me desperté a esa hora de repente, con todo el cuello y la mandíbula completamente rígidos y doloridos. Soñaba que practicaba artes marciales con no sé quién, ¡jajaja!

... Menos mal que siempre queda la opción de la tila a esas horas, aunque ya no volví a conciliar el sueño.... Otra buena opción es levantar cartas astrales mientras una se fuma un cigarro.., la que elegí. Ya que no se puede pegar la pestaña, al menos, hacer algo productivo. Así que he avanzado un poco en todo el material que tengo pendiente.

Pero volviendo al kung-fu, mis sensaciones fueron buenas. Muy buenas, mejor dicho. El compañero que me pusieron, en su segundo día de práctica, era un encanto: no tenía miedo de golpear a una chica, pero no se pasaba de la raya y controlaba sus golpes. Me pedía que le fuera a pegar en pleno rostro, con lentitud, claro está, para controlar el movimiento.., aún así, eso es lo que más me costó de todo. Recuerdo que, instintivamente, y siempre que me he peleado físicamente en una pelea real, he intentado no tocar a la gente la cara. Me costó bastante confiar en que él podría pararme, y en que yo lograría controlar la fuerza de mis golpes.

Una vez superado ese escollo, la cosa fue como la seda. Aparte de la adrenalina que descargué, y que me estaba matando, francamente, me gustó la forma de pelear: siempre utilizando la fuerza del contrario, siempre procurando desviar los golpes y disuadir al atacante. Nos enseñaron dos técnicas muy prácticas para desviar un puñetazo directo sin daño, y también, a zafarnos de un atacante que nos sujeta las muñecas. Asimismo, nos enseñaron a desarmar a un tipo que fuera equipado con un palo corto.

En fin.., ya os seguiré contando cómo va la cosa. Ahora mismo tengo la cabeza como un bombo y ya no doy más de mí.

Os dejo con esa increíble imagen del Fénix: ave mitológica que arde consumiéndose en su propio fuego interno, para morir y posteriormente, renacer completamente cambiado de sus propias cenizas. Así me siento, así opero ahora: como el fénix de la fábula.

Que ustedes lo pasen bien.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que toda la fuerza del espíritu sea también la nuestra en el mundo

s

Luz de Andrómeda dijo...

Sí es, así lo siento yo. ¡Gracias por tu comentario!