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martes, 10 de mayo de 2011

Un cuento chino: el balde del falso egoísta

Una vez, un anciano chino que se dedicaba a dar clases de Qi-Gong (y no es broma: no me lo estoy inventando) contó un cuento (chino, claro) cuando le preguntamos en la clase que por qué algunas personas tenían aparentemente reservas inagotables de energía, mientras que otras parecían agotarse enseguida. Como el Qi-Gong funciona en base a la utilización de la respiración, la actividad física y la concetración para movilizar las energías de nuestro cuerpo, la narración venía muy al caso.

El anciano nos contó que las personas tienen en su interior como un balde que se llena y se vacía muchas veces a lo largo de su vida, incluso a lo largo del día, según y cómo orientemos nuestra filosofía de vida... De algún modo, hay cosas que nos recargan de energía, y otras que nos vacían completamente. En el primer grupo estarían todas aquellas cosas que nos gustan, nos dan placer o nos alimentan, o que representan “donaciones”, “regalos” o “ayudas” por parte de otros. En el segundo grupo, estaría nuestro trabajo, nuestras obligaciones y compromisos diarios.., y todas aquellas cosas que llegamos a hacer por los demás.

Nuestro chino nos comentó que la vida debería, idóneamente, convertirse en un intercambio constante y armónico entre el dar y el recibir. Es decir: no debemos mantener todo el rato nuestro balde lleno a rebosar por temor a perder nuestra energía, ni tampoco vaciarlo hasta las heces, quedándonos fuera de combate. En otras palabras: la primera actitud correspondería a los avaros, los “tacaños energéticos”, los egoístas que tan sólo acumulan dones, regalos y beneficios, pero sin compartirlos con el resto del mundo; en el segundo grupo estarían los mártires, los “víctimas”, aquellos que se sienten impelidos no sé sabe por qué a “desvivirse” (y nunca mejor dicho) por el prójimo.., pero que luego se sienten llenos de ira, de cólera, de rencor, porque saben que los demás se están aprovechando de ellos de alguna manera indefinida, pero no logran o no pueden romper esta tendencia errónea, ese círculo vicioso.

En ambos casos, curiosamente, el individuo acaba agotando su propia energía vital. En el caso del avaro, porque las leyes de Universo regulan el intercambio energético de tal forma que cuanto más se da (cuando se da de forma correcta, claro), más se recibe; así, con el paso del tiempo, el egoísta energético se acaba convirtiendo en una especie de circuito cerrado, que no tiene más remedio que tirar de sus propias reservas, y termina fagocitando toda su energía. Pero, entonces, ¿cómo es que las otras personas, las que dan, dan y dan, también acaban agotándose?

Porque no lo hacen libremente. Porque no es una elección consciente, personal y generosa. Porque están “dando” para cubrir realmente sus necesidades, para ocultar sus carencias, para obedecer a sus limitaciones y a sus propios problemas y trancas subconscientes, de las cuales, en la mayoría de los casos, ni siquiera tienen idea. Dan y dan hasta agotarse, hasta quedarse vacíos.., lo cual genera, además, una suerte de inmesa frustración interna que deriva en múltiples fenómenos, desde enfermedades crónicas a problemas de relación, desde ataques de ira repentina y aparentemente incomprensible, a profundas depresiones.

Nuestro amigo, el chino, nos dijo lo que teníamos que hacer, pero no nos explicó cómo… Se rió abiertamente, y afirmó que eso teníamos que averiguarlo nosotros. Nos habló del equilibrio y de que nuestro balde nunca debería estar completamente vacío ni completamente lleno, y que deberíamos renovar constantemente nuestra energía, adoptando una dinámica lo más perfecta y “limpia” posible entre el dar y el recibir, como ocurre simplemente y sin que nadie lo gestione (teóricamente) en la Naturaleza... Y que, por encima de todas las cosas, deberíamos amarnos a nosotros mismos, proveer primero de alimentación sana a nuestro balde interior, antes de poder ofrecérsela o destinarla a los demás. Tan sólo, dijo, cuando nuestro propio balde esté absolutamente colmado, casi a rebosar, podremos dedicarnos a prestar nuestra energía y atención a otros.., dijeran lo que dijeran las normas sociales, el buen gusto o lo políticamente correcto.

“- Pero entonces, maestro- preguntó uno de mis compañeros- todo el mundo va a convertirse en un perfecto egoísta, porque el ego nos forzará a alimentarnos siempre primero a nosotros mismos, despreciando las necesidades de los demás”.

“- No será así; llamamos egoístas de forma injusta a aquellos que son capaces de proveer sanamente a sus propias necesidades, y les acusamos porque no cumplen nuestras expectativas o no sirven a nuestros intereses. Pero ellos quizá tienen un gran balde lleno de energía y amor que van a compartir sanamente cuando sea justo y necesario, o cuando ellos, haciendo uso de su libertad, lo consideren conveniente... Muchos de estos falsos egoístas son, en realidad, grandes maestros”.

Y después de alisarse un poco la barba amarillenta y rala que llevaba, añadió:

Hay que tratar a los demás como quieres que te traten a ti, puesto que todos somos lo mismo.., y nadie desea que se le den las migajas de la mesa o las sobras del desayuno porque toca, ¿verdad? Es indigno atender a los requerimientos ajenos por obligación: sería como arrojar al prójimo nuestro balde, pero en este caso colmado por los desechos de nuestra propia suciedad interna”.

Y así es como acaba el cuento del balde del falso egoísta.

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