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jueves, 15 de diciembre de 2011

Saga de Astrea: fanfic Caballeros Zodiaco (Traición)

ANDRÓMEDA ME REMITE ESTO. QUIERE QUE SEA PUBLICADO HOY PORQUE ES JUEVES (??¿?¿). VOY A MATARLA: ME LO HA DADO MANUSCRITO. PARECE QUE ES URGENTE, AQUÍ LO DEJO. ESPERO HABERLE PUESTO BIEN LAS ETIQUETAS.

EL ADMINISTRADOR EN FUNCIONES.
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"Defiende tus principios, aunque tengas que hacerlo solo". Jackson Brown.

"Clamé al cielo, y no me oyó/y pues sus puertas me cierra/de mis actos en la tierra/responda el cielo, y no yo". José de Zorrilla.

"La noche está en calma. Reina la quietud en las Doce Casas. Por un instante, se han dejado de oír sonidos de guerra. Los estallidos alrededor han dejado paso al silencio más absoluto.., inquietante tal vez para los que tienen miedo.

Yo nací con miedo y crecí con miedo. Curiosamente, nunca tuve miedo a las cosas más duras de la vida. Lo mío era un miedo indefinido, extraño, que aparecía cuando menos lo esperaba. Ese miedo me obligaba a no golpear demasiado a los niños en la escuela, nada más que cuando estaba obligada a defenderme para salvaguardar mi propia integridad. Si podía, prefería empujarles, y hasta salir corriendo, aunque era la más fuerte de toda la clase. Tenía un miedo atroz a cosas absurdas, como a mi propia sangre. Cada vez que me hería, aunque fuera una minucia, aunque sólo se tratara de echar sangre por la nariz, solía caerme redonda al suelo, y perdía el sentido. Ahora controlo algo mejor el miedo a mi sangre, pero sigo odiando y temiendo la sangre ajena.

Qué cosa más jodida para un guerrero, ¿no?

Desde el principio también tuve miedo a la soledad, y quizá precisamente por eso me recluí en una soledad anárquica, dura y adolescente, que no me daba ni un solo día de tregua. Temía a la traición de una forma vaga e incomprensible, puesto que el 90% de mi vida la pasé, en realidad, rodeada de buenas personas... Era algo inexplicable para cualquier psicólogo infantil, me temo. Pero pienso que precisamente por ese miedo a perder a quién más amas (que era lo que realmente se escondía bajo la cúpula añil de mis silencios) preferí no hacer amigos; y no los busqué, y evité cualquier situación, oportunidad o medio para tomar contacto más que con unos cuántos seres tan raros, obtusos y solitarios como yo. En la escuela, más tarde en el Santuario, fui conocida como un ser sumamente solitario e inaccesible. Callada a más no poder (¿quién lo diría?). No me fiaba ni de mi propia sombra.., y aún sigo sin hacerlo.

Alguien, a quién no sé si puedo llamar amiga, me lo dijo una vez. Era, como yo, una aspirante del Santuario, y de hecho me regaló un dibujo, hecho por ella misma, en el que se me ve levantándome como una furia negra en medio de una pila de cadáveres recientes, con dos cimitarras sangrientas, una en cada mano. Decía que me veía así; ella era Sagitario, y muy optimista "¿Te vas a pasar la vida temiendo lo peor, temiendo que te metan una hoja por la espalda?", me decía.

Me resulta claro que desde el inicio de ésta mi existencia, tuve conciencia (o quizá inconsciencia, para ser más exactos) de cuál es realmente mi punto más débil. Todo guerrero tiene un punto débil, y el mío es la traición. Cuando me traicionan, me hundo. Cuando ocurre esto, nada tiene ya sentido. Podría luchar hasta la extenuación, hasta el fin, sin un gemido, si supiera que aquellos en quienes confío me secundan. Podría hacer el más terrible sacrificio, no desfallecer hasta la muerte, si estuviera convencida de que hay un por qué para cada combate. Yo puedo levantarme de la herida más dura, siempre y cuando tenga una poderosa razón para hacerlo.

Pero cualquier golpe bajo, por debajo de mi centro, me destruye. Aunque tan sólo sea una zancadilla.

Me llamo Alba, que significa "primera luz", y me pregunto hoy, aquí, ahora, qué demonios estoy haciendo... Me pregunto a dónde voy, qué diablos se me ha perdido a mi en esta guerra absurda, que parece durar siglos. Yo ya estoy harta de tanta sangre: estoy harta de tanto dolor, y sobre todas las cosas, estoy harta de tener que encajar una y otra vez la traición, que me destruye.., que es la única cosa en este mundo que verdaderamente puede hacerme daño.

Soy tan afecta a Hyoga tan sólo por un motivo: su intensa frialdad emocional. Él es absolutamente frío e insensible. Es tan poco afectivo como los glaciares de las montañas. Pero en su inmensa frialdad, en su tremenda aridez, permanece y es estable: como las montañas, sí.., como las montañas. Uno puede fiarse de Hyoga precisamente porque es incapaz de decir palabras bonitas; porque jamás te engatusará con delicadezas; porque no te adulará; porque no te hará concebir falsas esperanzas con respecto a lo que puedes esperar de él, emocionalmente hablando.

... Pero si algo amenaza tu espalda sin que tú te des cuenta, Hyoga caerá sobre ello como un rayo de Dios, y antes de que tú hayas podido ni tan siquiera voltearte, la sangre derramada del enemigo correrá a tus pies. 

Me llamo Alba, y esta madrugada, de repente, como una duda horrible en mi cabeza, se me ha planteado la siguiente pregunta: "¿Para qué estás luchando?".

O quizá la pregunta debiera ser otra: "¿Por quién?".

Como si anduviera dando vueltas en un laberinto angustioso de mi memoria celular, las cosas vuelven a representarse delante de mi a escala, como en una maldición bíblica. Vuelve a levantarse la piel de antiguas heridas, que sangran y duelen de nuevo. Y ya estoy cansada. Tengo una voz de león que me permite hacerme oír por encima de las batallas cuando es necesario, pero hoy clamo por mi. Dicen que soy soberbia, que soy orgullosa, pero hoy no pienso callarme.

Hoy se oirá mi voz por encima del fragor de todas las batallas, por encima del susurro de todos los milenios.

Y si tengo que callar, que sea porque no tengo más remedio que sostener una daga asesina entre los dientes, como hace Hyoga. ¡Él, que ha llegado incluso a golpearme y a herirme, para evitar que un muro de roca caiga sobre mis espaldas, tiene razón en algo! Siempre le oí decir lo mismo: "Hay puñales en las sonrisas de los hombres: cuanto más cercanos son, más sangrientos".

Y sí: Hyoga ha leído, ha visto, ha experimentado mucho... En el Santuario, creo que a veces se hacía pasar por loco para que no le molestasen, para que simplemente le dejaran en paz.

Me llamo Alba, y me niego ya a aguantar sobre mis hombros, una vez más, el doloroso, absurdo, horrible, doliente, pútrido, maldito peso de la traición. No voy a mover ni un dedo esta vez para defenderme. No voy a atacar como antes, como un animal herido que con toda su furia arremete contra lo primero que se le pone por delante. No: ésa es una batalla perdida de antemano, y yo ya lo sé. Prefiero quedarme aquí, en silencio. Prefiero no decir nada, no hacer nada, no moverme. Si uno no se mueve, puede aguantar durante bastante rato con una hoja metida en la carne, siempre y cuando no toque de veras ningún punto vital.

Mejor dar por perdida esta batalla que jamás puede ganarse, que perder definitivamente la puñetera guerra en la que llevo combatiendo durante eones por causa de mis principios.

A la mierda con las palabras: es fácil esquivar una lanza, sí, pero no un puñal oculto."



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