Desde mi reciente visita a Asturias he recordado muchas de las claves de la mitología astur, con toda su pléyade de duendecillos, semidioses y hadas que han nacido al amparo de los bellos bosques y de la naturaleza privilegiada que sigue manifestándose con total plenitud en esta bella comunidad autónoma española.
Voy a describiros alguno de estos seres maravillosos, que uno siempre espera encontrar apostados, vigilándolo con una mueca entre curiosa y burlesca, cuando paseamos por entre las umbrías boscosas, los barrancos áridos y blancos, o los valles cuajados de prados verdes, riachuelos gozosos y prístinos lagos.
El de la foto es el Trasgu, uno de mis favoritos :-)... Estamos hablando de un duendecillo de orejas picudas, al que se puede identificar sin remedio porque tiene un agujero en su mano izquierda y es cojo de la pierna derecha. Se dice que viste casaca y polainas, y que se adorna la cabeza con un gorro colorado. Vive en las viejas casas de aldea asturianas, donde encuentra mil y un motivos para llevar a cabo sus travesuras. Es muy astuto y sólo sale por las noches, cuando las personas duermen, para realizar todo tipo de tropelías: esconder los cacharros de la cocina, espantar las reses, armar alboroto, revolver la ropa, etc. Cuando es tratado bien por sus moradores, se asegura que se dedica a hacer, por la noche, las labores de la casa.
Es difícil, empero, deshacerse del Trasgu cuando se dedica a incordiar. Si los dueños de la casa deciden mudarse, suele aparecer al poco con ellos. La única forma de librarse de él es encomendarle tareas imposibles, como coger agua en un cesto o mandarle recoger un puñado de mijo esparcido por el suelo, cuyo grano es tan menudo que se cuela por el agujero de su mano izquierda. Fastidiado y avergonzado por no poder cumplir su tarea, este duende familiar toma entonces sus cosas y se va.
Otro particular habitante de los bosques asturianos es la Xana. Se trata de una especie de hadas de gran belleza, pequeñitas, de piel blanca y con largas cabelleras de color dorado. Suelen estar desnudas o estar cubiertas por delicados hilos de seda. Suelen vivir en las cuevas donde nacen los manantiales asturianos, o bien en las orillas de los ríos. Durante el día se dedican a tejer con hilos de oro, y con peines también de oro peinan sus largos cabellos en sus horas libres. Dicen que su belleza hechiza, y que si un ser humano las ve, no las podrá olvidar jamás.
Otra de sus tareas habituales es hacer la colada, y mientras esperan que sus ropas lavadas se sequen, se dedican a cantar y bailar. En algunas ocasiones, las Xanas cambian los bebés de las madres por sus propios hijos. Cuando atraen a los humanos, es para que éstos le proporcionen cosas que no pueden conseguir, ya que apenas pueden alejarse del agua. A cambio, obsequian al afortunado con numerosas riquezas, que harán a estos hombres ricos, pero no felices ya que, al estar hechizados por la Xana, deberán acudir a su llamado cuantas veces a ella se le antoje.
También está el Ñuberu, que es considerado el señor de las nubes, los rayos y las tormentas. Estos seres controlan el tiempo a su voluntad, y se divierten provocando tormentas y tempestades, lanzando centellas a los animales, y arruinando las cosechas de los hombres con el granizo. Dicen que es de enorme tamaño, con el rostro muy arrugado y grandes orejas. Nadie sabe a ciencia cierta dónde vive este ser, pero se sabe que, cuando va a aparecer, cubre todo con una espesa niebla. Se le teme por los destrozos que provoca en los pueblos, y a él se les atribuye las temidas noches de aguaceros y tempestades.
Estos hacedores de inclemencias no dudarán en utilizar sus rayos contra cualquiera si son molestados. Durante las tempestades, los lugareños acostumbran a encender cirios y hacer tañir campanas para ahuyentarlos. Los pescadores, por su parte, les culpan de las galernas del Cantábrico. Algunos estudiosos relacionan al Ñubero con el dios germano Thor que, al igual que éste, viaja en un carro tirado por lobos.
El Cuélebre es una especie de serpiente enorme de la mitología asturiana, que tiene alas parecidas a las de los murciélagos y que se parece mucho a los conocidos dragones. Viven en cuevas cerca de los ríos o el mar, o en los bosques, donde custodian tesoros o doncellas encantadas. Tiene un apetito insaciable y devora al ganado o a los hombres que se encuentra cuando sale de su cueva. Emite unos silbidos muy molestos que señalan su presencia, y los seres humanos sólo pueden librarse de él matándolo de un lanzazo en la garganta, el único punto vulnerable de este ser mitológico. Dicen que su labor es guardar a las Xanas y la existencia de tesoros. Cuando llega al fin de su vida terrenal se va a morir al mar, en cuyas profundidades custodia tesoros durante toda la eternidad.
De su lado más oscuro es conocida su afición por entrar en los monasterios y cementerios y devorar los cadáveres. En el pasado, el Cuélebre exigía cada cierto tiempo una doncella virgen para devorarla, a cambio de no desatar su furia sobre las gentes. Se dice que el Cuélebre, después de tantos siglos de existencia como tiene, ha perdido una gran parte de sus poderes (sobre todo en la Noche de San Juan (24 de junio), donde apenas puede ni levantarse).., mientras que en la Noche de San Bartolomé (24 de agosto) sale de su cueva con sus poderes acrecentados, provocando tempestades y desatando el terror.
Por último, para terminar con este repasito por la más extensa mitología asturiana, voy a hablar del Diañu Burlón. Al contrario de lo que pueda parecer por su nombre, es totalmente distinto del concepto cristiano de diablo. De cuerpecillo menudo, mitad humano, mitad cabrito, es un fauno como el Busgosu (otro ser curioso del panteón astur) y sus cuernos son pequeños y puntiagudos... Le gusta hacer travesuras como al Trasgu, sobre todo en las cuadras y senderos de los bosques, donde se divierte gastando bromas pesadas y a menudo de mal gusto. Es capaz de tomar la forma de cualquier animal doméstico, e incluso la de un hombre (en cambio, nunca la de una mujer). Muy comúnmente, eso sí, se aparece a las mozas en forma de bebé abandonado.
Despliega su actividad sobre todo por la noche, asustando al caminante que anda a deshora, desorientando al ganadero que busca al ganado perdido, incordiando al molinero que trabaja a la luz de la luna, o burlándose de los mozos que regresan tarde de la fiesta. Cuando oye el nombre de Dios, al parecer, siente un gran miedo, y de eso se aprovechan los lugareños para librarse de él. Una frase típica del Diañu es "andad de día, que la noche es mía".
¡Besotes!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Muy buen estudio de la mitología astur, y qué decir de la redacción... como siempre me sorprendes, gratamente, por supuesto...
Marie. XDD
Hola hermosa! Me alegro que te guste! A mi también me han gustado mucho todos estos duendecillos y demás bichejos, jajaja.
¡Estoy encantada de haber vuelto a Asturias!
jeje... Creo que el equivalente al Diañu Burlón, en la mitología Manchega, sería el Martinito...
Cuando yo era pequeño en mi casa trabajaba una mujer, "la Nati" a la que quería yo mucho.
La Nati nos contaba como el Martinito se subió al tejado a uno de sus hermanos, aún bebe, y allí comenzó a acunarlo ante los aterrorizados ojos de la madre que no dejaba de decir: "Martinito, por dios, no seas malo que se va a caer mi hijo, baja y devuelvemelo...."
También nos contaba como en otras ocasiones este pequeño duende o diablejo se dedicaba a cerrar las puertas por dentro para que los habitantes de la casa no pudieran entrar. El juego duraba hasta que el Martinito se aburría y volvía a abrir las puertas de su casa a los irritados habitantes.
Yo mismo, hace muchos años, creí escuchar al Martinito correteando por encima del falso techo del salón de mis abuelos, mientrs veía la televisión a altas horas de la noche...
... Quien sabe.
Publicar un comentario