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lunes, 5 de septiembre de 2011

El viaje en que me convertí en piedra


¡Hola de nuevo, a la vuelta de las vacaciones!:

Ya he regresado a esta bendita ciudad que intenta devorarnos, y en la cual sé que no acabaré mis días... He pasado toda una semana en la Isla de la Palma, Canarias, tomando contacto con muchas cosas que a veces olvidamos en el frenesí de nuestro devenir diario. Las vacaciones se han acabado para la gran mayoría de los mortales aquí, en la vieja Europa, y parece que los de la obra de teatro mundial siguen en sus trece. No van a dejarnos en paz ni un segundo, me temo.

He estado en el reino de mi padre Plutón; he convivido con los lagartos violentos y rapidísimos que pueblan sus cumbres escarpadas; he escuchado el chillido de las emblemáticas grajas, he caminado bajo los espesos bosques del indestructible pino canario; he bañado mis pies cansados en las pozas implacables del Barranco de las Angustias; he bebido el vino de oro de las tierras fértiles y generosas; he escuchado el latir de las entrañas de los dragos; he caminado sobre los campos de lava, tan jóvenes como yo misma; he oteado los barrancos infinitos e interminables, saboreado las delicias de un mar asesino, repleto de vida y también de muerte.

Pagué el precio que me impuso el titánico rey de las profundidades del mundo en la forma de una ampolla terrible y ensangrentada que me hizo cojear durante 17 kilómetros, pero valió la pena. No cambiaría ni uno sólo de todos esos brincos colada abajo, surfeando sobre el lapilli, ni una sola de las pequeñas ascensiones a aquellos volcanes increíbles, de una belleza "primigenia y amenazadora", como diría José Manuel ;-)... Pude sentir en mi mano y en mis vórtices el latido poderoso del ánima infinita, terrenal, ancestral e inimaginable de Shiva, de Binah, de la Gran Madre Negra o del Gran Padre Tenebroso.

Qué extraños e insignificantes me parecen los ladridos de éstos chorras que se sueñan señores del mundo, después de tan intensa experiencia... Qué divertidas las tonterías de estos energúmenos que no conocen ni comprenden el verdadero Poder. Aprendices de brujo en el dudoso arte de meter miedo, siguen vociferando a los cuatro vientos la posibilidad muy, muy cercana, de una terrible recesión mundial. Los que nacimos con la crisis en las venas, los que crecimos bajo el amparo del dios implacable, nos reímos de estos necios en sus mismísimas narices. Si no fuera por toda la gente a la que amedrentan, a la que angustian, a la que dominan, a la que engañan, a la que convencen, sería para no parar de desternillarse.

Son los palmeños gente pacífica y cuyo ritmo vital no corresponde con la vorágine del continente (de ningún continente). Herederos de una difusa tradición atlante y/o tuareg, sabios en su esplendorosa naturaleza insular, siempre viviendo con el permiso del sepulturero, que diría mi bisabuela (porque literalmente, hoyan sus plantas el lecho de un volcán que puede derrumbar un tercio de la isla en cualquier momento), saben estas gentes que todo es relativo, que no hay más presente que el vibrante "hoy", y en esta suerte de mediterránea placidez (que el mundo mediterráneo ya ha olvidado, ahogado bajo los requerimientos de los agresivos teutones o de los infames "protestantes" de toda índole y condición) pasan sus días en total comunión con los ritmos de su Isla Bonita.

En este viaje fue como si escuchara constantemente una voz en mi cabeza, procedente de las profundidades, de los abismos insondables del planeta, que repitiera insistentemente en mis oídos "menos miedo y más vergüenza". Y es que Plutón no admite medias tintas, ni excusas, ni absoluciones insinceras. Sólo tolera al pan, pan, y al vino, vino. La isla de la Palma es un territorio a medio camino entre el mundo ancestral y el sintético al que últimamente estamos más que acostumbrados. Un día llegará en que la Kundalini despertará, pondrá de manifiesto lo imbéciles que somos (como ya lo ha hecho en otras épocas), y nos dará a todos por el saco. Mientras tanto, seguiremos viviendo en la ilusión de que somos los amos y señores. Pero es mentira. Cualquiera que haya asombrado sus ojos ante la provocación de las inmensas fuerzas telúricas de la Caldera de Taburiente debería saberlo. Doy fe.

¡Un besote, amigos míos!


3 comentarios:

juanmoncayo dijo...

magnificat.Juan Moncayo

Luz de Andrómeda dijo...

Muchas gracias, Juan: ¡de verdad me alegro de que te guste! :-D

Anónimo dijo...

hola buenas tardes ..
me llamo manuel es extraño porque no sabia que xistia esta pagina hasta que soña ayer con ella le mandare un correo es muy extraño ...muchas gracias