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viernes, 3 de diciembre de 2010

El hombre familiar

"Kyo dake Wa
Okoru na...
Shimpai suna...
Khansa shite...

Goo hage me
Hito ni Shinsetsu ni"

Mikao Usui.
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"Hermanos: voy a mostrarles el mejor camino de todos...

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que bronce que resuena y platillos que aturden.

Aunque tuviera el don de la profecía, y penetrara todos los misterios, poseyera toda la ciencia y mi fe fuera tan grande como para cambiar de sitio las montañas, si no tengo amor, nada soy.

Aunque repartiera en limosnas todos mis bienes, y aunque me dejara quemar vivo, si no tengo amor, de nada me sirve.

El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, soporta sin límites...

El amor no pasará jamás
".

Epístola de San Pablo a los Corintios.
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Hubo una vez un niño que perdió a toda su familia por culpa de una traición...

No eran tiempos fáciles, y los enemigos siempre estaban al acecho, prestos a clavarte un cuchillo en la espalda.

Nadie que no fuera un guerrero consumado estaba seguro.

Nadie.

Pero el niño fue protegido, y se salvó, y creció, y fue instruido... Y con el tiempo, se convirtió en un gran señor.

Y también en un gran guerrero.

... Eran tiempos inciertos, fríos y duros, donde la compasión era sólo privilegio de los fuertes, y la ternura únicamente se encontraba entre las tímidas y dulces ramas de los primaverales cerezos.

Pero el amor siempre se abre paso. A través de la roca, a través del hierro. A través del fuego, a través de la tierra.

Honor, dignidad, poder, fuerza, majestad, imperio. Lealtad, combate, obediencia, sacrificio: ley.

Ésas eran las palabras que comprendía, que manejaba, que exigía, que aplicaba a sus subordinados nuestro hombre...

Pero el amor siempre se abre paso: a través de la niebla, a través del frío. A través del miedo, a través del odio. A través de la guerra, a través de la muerte. A través de las exigencias del honor.

A través del tiempo.

Fueron largos años de contrucción. De defensa de lo construido. De organización de lo que se había levantado. Porque nuestro hombre, que no tenía familia, era sin embargo un protector de las familias. Simplemente, tomó sobre sus hombros la responsabilidad de levantar, proteger y alimentar a una familia de cientos. Y en ese hogar no sólo había mujeres, hijos, criados.., también había otros hombres que le eran leales y que luchaban siempre a su lado, por su causa.

Ésta es la historia de un hombre que desafió a su destino para construir una gran familia de servidores y soldados que peleaban y morían bajo su bandera.

Por eso, cuando aquel hombre creyó que aquellos a quienes más amaba, y a quienes acogía en su propia casa, también le habían traicionado, su corazón no pudo soportarlo y se desgarró.

Nunca hubo una traición real... En este caso, todo lo que pasó no fue más que un desgraciado y terrible malentendido.

Pero el hombre no lo entendió así. Se condenó a sí mismo. Creyó que nunca más podría volver a construir una familia.., que nunca más tendría el derecho a levantar cimientos, a dirigir soldados, a empuñar armas, a golpear para defenderse.., a sentir la felicidad, inmensa felicidad, de ver crecer y fructificar su semilla. Creyó que por su espantosa falta no tendría jamás derecho al amor.

Pero el amor es una condición humana y divina.., es un regalo de Dios al que todos hemos sido llamados.

El hombre familiar tendría que volver para despertar a los cerezos de su letargo.

Le esperaba un largo camino, una complicada búsqueda, una tarea extraña, ardua y solitaria.., aparentemente sin sentido.

Pero Dios no abandona jamás a ninguna de sus criaturas.

Un día alguien, una mujer que era el espíritu del fuego que ya le había sido vaticinado, le confirmó lo que sospechaba desde hacía tiempo, pero que no se atrevía a creer: que todas las cortes angélicas, que todos los espíritus de bondad que rigen sobre la falsedad de la ilusión, que todos los bodhisattvas del orbe, que todos sus hermanos de alma se habían conjurado para devolver la justicia, la equidad y el orden a las cosas.

Y es que el amor siempre perdona.

Aquel hombre nunca más tendría que volvera a preguntarse dónde se encuentra el camino de la felicidad.

Porque la felicidad no es más que nuestra herencia, nuestro legado, nuestro reino. No es más que la naturaleza de nuestro propio Espíritu.

La felicidad reside en la mirada limpia de los ojos de una niña que espera.

... Y el hombre se puso en marcha.., y empezó a caminar.

3 comentarios:

Corsario Sideral dijo...

Teo Torriatte konomama iko
Aisuruhito yo
Shizukana yoi ni
Hikario tomoshi
Itoshiki oshieo Idaki

Luz de Andrómeda dijo...

Preciosa canción, por cierto.., que ni hecha a la medida.

:-) Gracias, hermanito

Anónimo dijo...

Se te echa a faltar :)

Un abrazo

Hahaia