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viernes, 24 de julio de 2009

Saga de Astrea 34- fanfic Caballeros del Zodíaco

No tardará en transigir con el fin quien está dispuesto a transigir con los medios
Arturo Graf.
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El Guardián de la Casa Primera no dejaba de darle vueltas a todo lo que había sucedido... Su cuerpo se movía enérgicamente, corriendo escaleras arriba, pero no era menor la energía que desplegaba en su razonamiento. Así pues, había ocurrido por fin, después de tantísimo tiempo: Hades se había desperezado, y había soltado a sus perros. Esta vez había incluso tenido la osadía, nada convencional por cierto, de comprar la voluntad de sus antiguos compañeros de armas. ¿Es la muerte tan sobrecogedora, en fin, que limpiamente y de un plumazo logra acabar con cualquier propósito de honor?

Estaban invadiendo el Santuario aquellos muertos vivientes... Querían la cabeza de Atenea. La pelea, así, resultaba muy dolorosa, porque eran los espíritus de viejos amigos que habían caído honrosamente en combate. Y luego, toda esa desdichada cuestión de Alba… El ariano sacudió la cabeza con fuerza. Aquello estaba llegando demasiado lejos.

Le gustaba la tranquilidad y la paz más de lo que nadie hubiera podido suponer nunca… No pugnaba habitualmente por meterse en complicaciones. Una cosa era no dejar que nadie le invadiera o le dominara.., y otra muy distinta entregarse sin reflexión a una temible guerra abierta.

Mu había asimilado a la perfección el significado y las implicaciones de una guerra, desde luego.
Cuando constató cómo su antiguo maestro, Shion de Aries, se había alistado en el bando de los malditos, Mu, simplemente, llegó a la conclusión de que el mundo se había vuelto del revés. Le costaba entender ese tipo de cosas... Al final llegaba a una especie de callejón sin salida; no lograba extraer ninguna conclusión válida, y acababa, indefectiblemente, ateniéndose a los hechos y obrando en consecuencia, sin plantearse más filosofías.

Igualmente, no entendía la postura de Alba… No comprendía qué buscaba allí, ni por qué había regresado. Eso le preocupaba soberanamente, y sabía que era un asunto que podía minar su fuerza y su valentía cuando llegaran los momentos decisivos. Así que procuraba dejarlo al margen, manteniendo esa preocupación en una especie de cajón oscuro dentro de su mente. Donde no le diera tiempo a desempolvar ninguna espina que pudiera herirlo…

Y luego aquella percepción extraña, que sus dones extrasensoriales le habían proporcionado.., ¡aquella visión de las lágrimas de sangre de sus antiguos camaradas!

“Es increíble que el viejo Docko esté peleando de nuevo con Shion... ¡Increíble que haya decidido, a su edad, abandonar la seguridad y la paz de los 5 Picos, para participar de nuestro lado en esta Guerra Santa!”.

Mu sabía que ya tenían menos de doce horas para solventar aquel terrible conflicto, de la forma que fuese. Al concluir ese tiempo, las llamas del reloj del Santuario se extinguirían, y entonces.., ¿qué ocurriría entonces?

Pero el lemuriano no tenía tiempo, ni ganas, para perderse en elucubraciones... Sabía exactamente lo que debía hacer, y penetró en la Casa de Géminis aminorando el paso, pero con decisión.

O mejor dicho, hizo ademán de penetrar, porque de improviso se detuvo, expectante… Impresionado, alucinado, sin poder dar crédito a lo que sentía, se quedó inmóvil en el umbral de aquel enorme templo. Con un pie adelantado y todo el cuerpo en tensión. Las virtudes de los de su raza tomaron la palabra, y pudo ver, en su cabeza, algo que le impresionó soberanamente.

“Géminis: el signo del artero combatiente. ¡El corazón del tramposo Ulises! ¿Qué demonios es esto? ¿Pero qué ocurre aquí?”.

Mu tenía la mirada esmeralda absolutamente perdida, empañada por el torbellino de su propia percepción y de sus emociones... “Veía”, como usualmente podía hacer la gente de Lemuria en tiempos, lo que había pasado, y muchas veces, también lo que podría pasar, de seguir los acontecimientos el rumbo elegido.... En esta ocasión, algunas cosas ya habían sucedido, y otras aún estaban sucediendo. Repentinamente, como un perro de caza, el guerrero de Aries se puso alerta; su vista quedó fija sobre la aterciopelada oscuridad del templo. Se encogió repentinamente, presto a resistir la deflagración que se avecinaba, y que en cuestión de segundos estaba esperando.

Una esfera enorme y azul, aparentemente compuesta de pura energía, salió despedida por la puerta trasera del templo. Su fuerza era brutal, inconcebible. El meteoro revelaba un poder y una rapidez que no era de este mundo. Mu cerró los ojos.., porque aún desde su posición se acusaba la terrible onda expansiva de aquella brutal concentración energética; su cabello largísimo tremolaba a su espalda con furia, como una bandera azotada por el huracán. Cuando pudo alzar la vista, porque no tuvo más remedio que echar la rodilla en tierra para no caer, vio como aquello adquiría altura, después de atravesar limpiamente el resto de Casas, ¡y cómo se precipitaba, idéntico a un cañonazo, contra la cubierta del santa sanctorum, donde el Caballero de Escorpio se había refugiado para proteger a Saori, la encarnación de la Diosa!

- ¡Athenea! ¡Milo!- exclamó Mu, absolutamente embargado por una preocupación insistente que apenas podía dominar.

El suelo del Santuario tembló, al absorber aquel espeluznante impacto… El lemuriano salió de su estado de estupor, y atravesó corriendo (esta vez sí) el umbral de la casa de Géminis. Supo que sus rivales, Saga, Camus y Shura, ya estaban al otro lado, y que le iba a ser difícil alcanzarlos... Aunque, afortunadamente, la ventaja que le llevaban se había reducido considerablemente.

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“Vosotros, mis hermanos.., caballeros del cónclave espiritual que siempre comparecéis. Vosotros, los invisibles al ojo humano. Maestros de Lemuria, de Atlantis, de Shambala, de Shangri-La… Señores de Caspak, de Machu Pichu, de Tartesos, de Heraclion, de Troya… Gobernantes de Tebas, de Angkor, de Palmyra, de Yonaguni… Amigos, ¡puedo ver!., puedo seguir las líneas del destino que me mostráis. Ahora los percibo..., apenas hace unos instantes: estaban, los tres, en la Casa Tercera; en la biblioteca del conocimiento; en el templo del esquivo Hermes, el de los Tres Rostros. Camus, Saga y Shura, profanando con su presencia la Casa de Géminis. Pero mis ojos se nublan.., mi frente arde. ¡Oh, sí! Ahora mi percepción brota como un manantial fresco: hay alguien más en el dorado templo donde el dios Mercurio colocó su pedestal”.

Y Mu, el lemuriano, maestro de visionarios y de sabios; guerrero de la Orden Sagrada de Athenea; señor de las altas cumbres donde uno se siente muy, muy cerca de Dios, viró su conciencia en la dirección correcta. Así era como el sagrado Vellocino podía comprender las cosas directamente, por medio de la emanación de lo Divino; así es como podía revelarse y manifestarse su fe. Pero es que para Mu, fe y certeza no están separadas.., sino que son, simplemente, una misma cosa.

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