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viernes, 17 de julio de 2009

Saga de Astrea 33 - fanfic Caballeros del Zodíaco

Cierto día, uno de mis múltiples amigos Géminis, que me llevaba en su coche (por una vez: siempre soy yo la que tengo que llevar a los demás), de nombre Rober, me preguntó: "oye, ¿no te parece que mucha de la gente que practica reiki tiene una vida de lo más desgraciado?".

Entonces no quise o no pude contestarle...

Ahora te contesto, Rober, ya que el otro día cumpliste 50 y tantos tacos y tenemos pendiente un buen debate sobre estos temas :-)

Lo fácil es mirar a otro lado. Lo fácil es aceptar la realidad sin preguntas. Lo fácil es dejar que otros dicten tus reglas.

Pero yo no puedo eludir mis responsabilidades. Ya no. Plutón me demolió todos los cimientos, y ahora, cada paso que doy, lo doy en la cuerda floja. Arriesgándome a caer.

Yo sé del dolor, de la culpa, de la vergüenza, de la derrota... Yo sé de los terribles celos, del desamparo, del sentimiento de injusticia. Yo sé de la aguda cuchillada de la soledad.

¿Y quién no?
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"También somos lo que perdimos"
Catherine O'Flynn

Viento gimiendo y azotando las banderas de oración... Viento, viento: viento inclemente, cortante como una cuchilla de acero.

… Sólo el aullido del viento, que tantas veces recorre la inmensidad casi eterna de las montañas.., de aquellas montañas que nos acercan a los dioses, que nos recuerdan lo pequeños que son nuestros pasos y qué absurdos resultan, al final, todos nuestros esfuerzos, todos nuestros dolores, todos nuestros desencuentros…

… Algún graznido de chovas a lo lejos, de vez en cuando…

“Tengo que encontrar un teléfono”

La soledad es como un territorio inerme, baldío… Es un estado del alma en el que la realidad se desdibuja más aún que cuando uno está inmerso en la vorágine de la vida cotidiana. Más aún que cuando uno se funde con otra persona en el aliento mágico de la Eternidad. Más aún que cuando uno abandona la conciencia mientras duerme…

La soledad es un aullido de perros moribundos... Es la canción de la misma desesperación. Cuando ya no quedan cartas que jugar. Cuando toda acción resulta nula o inconveniente.

Arrancarse de las entrañas aquello que más se ama: eso, eso.., ¡eso no debería experimentarlo nunca ningún ser humano!

“Necesito encontrar un teléfono como sea.., necesito algún medio de transporte”.

¿Cómo ponerse en contacto con la Organización o con el Santuario en aquel lugar oculto, escondido, apartado de cualquiera de las rutas habituales en el Tíbet? Pero tendría.., tendría que haber algún modo de salir de allí.

Jamir ya no parecía un paraíso: era una cárcel.

Se volvió repentinamente... Siempre había sido de gestos bruscos y rápidos. Se mostraba algo lenta, sin embargo, para decidirse a actuar. Aunque cuando lo lograba, se le notaba la terquedad en cada gesto; sólo una causa de fuerza mayor podía hacerla desistir.

- Dime cómo puedo salir de aquí, Kikki.

El muchacho se encogió de hombros, mirándola a su vez fijamente. Sus guedejas, del color del fuego, eran azotadas por aquel frío viento hostil que se colaba a través de las entreabiertas ventanas.

- La única forma, creo yo, sería esperar a que aparecieran los nómadas Dasi y negociar con ellos. Tienen yacks y caballos para transportar sus tiendas y mercancías.
- ¿Y no podrías llevarme tú?

Kikki negó con la cabeza rotundamente.

- No soy tan fuerte aún... Además, él me castigaría por eso.

Al suspiró. Podía intentar “llamar” a Hyoga. Con él mantenía una unión, una afinidad sorprendente... Era más que probable que lo consiguiera: sería relativamente sencillo.

… Otra cosa es que Hyoga se percatase, si estaba muy ocupado.., o que entendiera realmente su “llamada” y pudiera acudir en su ayuda…

Ni hablar de intentar hacer lo mismo con Shakka... Había algo oscuro en todo aquello, y lo que había ocurrido con Mu tuvo la virtud de poner en marcha sus engranajes: unos mecanismos muy perfeccionados de defensa instintiva, que la llevaban intuitivamente por los caminos más seguros cada vez que rondaba la muerte, o siempre que se aproximaba el más leve peligro.

- Kikki.., ¿te importaría dejarme un rato a solas?
- Voy a traerte una taza de té. ¿Te parece?

Al asintió y se sentó sobre una especie de almohadón rústico, en el suelo.

Cerró los ojos… Acariciaba su bastón, su vara de madera: aquel cayado que su maestro, el Caballero de Virgo, le había regalado para que practicara sin descanso las artes de la lucha. Ahora había incrustada una amatista en el puño. Mu se la entregó una noche de verano: parecía que hiciera mil siglos de todo aquello.

“ - Quiero regalarte una cosa…
- ¿Sí?- ella sonreía con el rostro iluminado.., con los ojos llenos de la luz que debieron tener las primeras estrellas en el inicio de los tiempos.
- Es una amatista. Mira- Mu alargó su mano libre, la que no descansaba bajo la nuca de Alba, y abriéndola, depositó algo en la palma de ella. Era una drusa.., una gema del tamaño de una nuez.
- Es preciosa. Tiene un brillo especial.
- Tú sí que eres especial... Tú eres única.., no hay nadie en todo el mundo como tú.

Ella le acarició la línea del mentón muy lentamente, con un dedo... El tiempo estaba de su parte, no había prisa ninguna. Recorrió todas y cada una de las líneas de sus marcados rasgos. Él entrecerraba los párpados como un gato. A ella le seducía enormemente la mirada penetrante, el brillo resuelto de aquellos ojos verdes que parecían contener en su interior todos los misterios y toda la energía del Cosmos. “Sublime hijo del universo”.., le había llamado ella una vez, en un instante de arrobamiento. Él se dejaba acariciar, poniendo al descubierto su garganta. Porque no había peligro ninguno: ambos estaban en las mejores manos que podrían jamás encontrar.

Súbitamente, Mu se cansó de aquello. No podía soportar por más tiempo la urgencia de su ardor, de aquel deseo irrefrenable, de aquel volcán de brasas incandescentes que le mordía inclemente las entrañas. Torrentes de lava líquida le recorrían despavoridos las arterias, abriendo pozos de una violenta pasión inextinguible, que hacía estremecerse con violencia todo su ser. Jamás había sentido algo similar, en toda su larga vida. No podía.., no deseaba detenerse. No había entrenamiento, no había reglas, ni sentido común, ni ninguna razón para no abandonarse a aquel estallido primordial que sacudía sus sentidos, su razón y el flujo de su propia energía vital.

Se encaramó sobre ella con cuidado, procurando descargar todo el peso del cuerpo en sus brazos... Simplemente, no quería dejarla ir nunca jamás. Ella se deshacía, se perdía, se ensimismaba en esa cárcel profunda y luminosa que era su aliento, su mirada alterada por la arremetida de un dios antiguo, sus cabellos infinitos que le ataban los brazos, el cuello, los hombros. Pasaron mil años.., pasaron mil años en un instante de absoluta tempestad. La carne, el espíritu.., un aroma como de flores de madreselva invadía las sábanas. Tormentas y tormentos que atraían el latido, el devenir de los astros, el rugir de todos los océanos del mundo…

La amatista brillaba, sobre el lecho, con una luz casi fosforescente.”

Kikki entró sigilosamente y puso en sus manos un recipiente de barro... Un humilde recipiente de barro: la copa más severa y más áspera que Alba había tocado en su vida. Al abrió los ojos, desorientada; pero enseguida se centró, llevándose a los labios el oscuro líquido; tomó dos sorbos de un té amarguísimo, especiado, que bajaba por su garganta ardiendo, como si estuviera hecho de puro fuego líquido.

Se quedó en suspenso durante dos segundos; de repente alzó la copa y la arrojó contra la pared con todas sus fuerzas, derramando el líquido sin contemplaciones. Hasta se hizo daño en la articulación del hombro, de la energía que le imprimió a aquel improvisado lanzamiento…

- No puedes hacerme esto- masculló con una voz ronca y dura, que ni siquiera reconoció como la suya propia- ¡Tú no puedes hacerme esto a mí!.

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