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viernes, 10 de julio de 2009

Saga de Astrea 32- fanfic Caballeros del Zodíaco





















Ama hasta que te duela. Si te duele, es buena señal
Teresa de Calcuta.

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“Aunque él también esté ya muerto para mí”

Una frase terrible la que había salido de sus labios... Ni siquiera había reflexionado sobre lo que estaba diciendo...

Pero dioses, ¿qué importaba ya todo aquello? Y si no importaba nada, ¿por qué todavía dolía de aquella manera?

Dolía más que el cuerpo... Alba se había acostumbrado hacía tiempo a soportar altas intensidades de dolor físico. Era capaz de no pensar, de no sentir enteramente.., de desviar el mordisco de las heridas y de mantenerse de alguna manera por encima de él, como una observadora imparcial. Pero, ¿cómo mantenerse imparcial ante lo subjetivo, ante la desesperación? ¿Cómo mantenerse imparcial ante el desamor y lo que consideraba alta traición?

“Yo no soy más que un átomo en la inmensidad”, había rezado para acometer y vencer a Shaina hacía pocos minutos.., y sin embargo, ¡le dolía tanto aquel vacío en el corazón! Evidentemente, las ruedas del karma seguirían rodando una y otra vez para ella... Porque no lograba desligarse de aquella profunda tortura, de aquel hueco en el alma, de aquel sentimiento de desamparo. De aquella agonía imposible de dejar atrás. Alba no podía desligarse del recuerdo de Mu.

… De aquel amor que era el único que había sentido jamás…

No podía ser un átomo en la inmensidad del vacío de ninguna parte... Simplemente, agónicamente, porque se sentía como una mujer.

… No como un guerrero y asceta que pelea en solitario con sus sombras y con sus fantasmas más terribles, como pretendía ser Mu…

Alba recordaba haber hablado con su maestro, Shaka, una vez y en confianza al respecto... El Caballero de Oro de Virgo no miraba a los ojos cuando conversaba. No podía hacerlo.., excepto cuando quería recalcar algo que consideraba de suma importancia. Y aquella tarde la miró a los ojos severamente, con los suyos candentes y terribles, como de turquesa incandescente. Alba sintió como si se deshiciera por dentro, como si esa mirada pudiera derretirla y anularla definitivamente.

“¿Cómo te atreves a quejarte?”- le había espetado su maestro, de sopetón y sin aminorar en absoluto su tono duro y cortante- “Tú que has amado sólo una vez, ¿cómo te atreves a quejarte? Te lo aseguro: peor destino cargamos los que hemos amado cientos de veces, a través del infinito y más allá aún”.

Alba se quedó pasmada... No comprendía lo que él quería decirle. Shaka pareció muy molesto y desvió una vez más la vista al frente.

“Te aseguro, muchacha, te aseguro, que si hubieras amado a tantísima gente como yo lo he hecho, te complacerías en la soledad y en el destierro.., y no querrías volver a abrir nunca más tu corazón”.

Ella espero, pacientemente, pero él no dijo una palabra más.
Y sin embargo.., hasta Shaka la había traicionado, y ahora degustaba al máximo esa misma soledad que tan ardientemente parecía desear su maestro. Únicamente esos “niños”.., los más jóvenes y más valientes, los 4 Caballeros de Bronce.., Shun, Hyoga, Seiya, Siryu… Jamás la habían fallado. Jamás la habían dejado sola.

“Malditos locos fanáticos... Malditos monjes guerreros de conciencia elevadísima... Yo os maldigo y os escupo”, pensó, para sus adentros.

Escupió efectivamente: pero sangre. Shaina la había golpeado duramente, lastimándole las entrañas. No le importó: sólo quería encontrar a sus compañeros, a ésos que siempre habían estado allí, en los buenos y en los malos tiempos.

En ese momento sintió la enorme potencia de una onda expansiva. Casi la derribó, y sólo tuvo tiempo para aferrarse a su cayado, a la vara que portaba siempre, con las dos manos, y bajar la cabeza hasta casi tocar su rodilla, doblándose sobre sí misma evitando así caer. Una rodilla en tierra, que le impidió perder del todo el equilibrio... Se sucedieron varias de aquellas terribles deflagraciones, aquellos choques de energía brutales. Alba, aterrorizada, miró a lo lejos. Vio relámpagos violentísimos en la Casa Primera, y lo primero que se le pasó por la cabeza fue un nombre. Luego se mordió los labios con fiereza, violentamente enfadada consigo misma.

“Tú eres absolutamente estúpida: estúpida hasta rozar los límites de lo inconcebible. Además, no se trata de él. ¿Quién demonios combate ahí? ¿Quién demonios son esos dos? Uno es Docko, el Caballero de Libra: eso me parece. Pero.., y el otro.., ¿quién es el otro, y de dónde ha salido? ¡Su esencia me es tan hostil y familiar!”.

Alzó un poco la vista, pero era imposible mantenerse en pie. Miró al reloj que se había encendido en el Santuario: el marcador de las 12 Horas, de las 12 Casas, de los 12 Signos. ¿Qué significaba todo aquello? No tuvo miedo de repente. En un segundo sólo fue de nuevo una cólera viva, ardiente, y tan sólo eso. La cólera que su maestro tanto se había esforzado por tratar de extirparle siempre... Esa cólera que podría deshacer un muro con la propia energía de su voluntad, si así se lo proponía.

“Esto ya es demasiado para mi paciencia. ¡Es demasiado!”

No se levantó, sino que cerró los ojos. Los golpes, los relámpagos, los choques brutales de energía seguían resonando, produciéndose, repercutiendo en su propio cuerpo y en todo su ser. No les prestó atención. Arrodillada, humilde, se concentró al máximo. Visualizó los contornos, las líneas de la Constelación de Virgo en los cielos, de la que era hija predilecta y protectora. No alzó la vista al cosmos, iluminado por explosiones, fuegos y estallidos bestiales. Notó como algunas piedras pequeñas golpeaban sus extremidades y su cuerpo, a través de la túnica. No hizo caso alguno. Algunas le golpearon incluso el rostro. No cejó, no se rindió.

“Oscuridad. Los sonidos se desdibujan.., el mundo se desdibuja. Oscuridad aterciopelada. Aquí no hay temor, no hay nada que temer. No me siento. No siento mi cuerpo. Pero sé que soy yo y que estoy aún aquí”.

Mientras el mundo parecía estallar a su alrededor, Alba se concentraba con una voluntad que pocas veces había puesto de manifiesto en toda su vida.

“Luces, formas, tamaños.., no me valéis. No estoy buscando visiones. No estoy buscando respuestas. Sólo quiero llegar.., sólo quiero encontrar…”

Entonces, le vio.

“¡Eh! ¡Mírame! Estoy aquí. Voy a ir a buscarte. ¿Has elegido tu bando?

Mu volvió el rostro rápidamente. Volvió el rostro porque había podido escucharla. Y ahora la vio durante un instante. Un breve instante, como el flash de un relámpago, pero la vio con claridad.

¡Alba! ¡Alba!- gritó, por dos veces”.

Abrió los ojos, muy mareada... Había quedado claro, le parecía. Había dejado bien claras cuáles eran sus intenciones. Se tumbó en el frío suelo, absolutamente inerme. Perdía algo de sangre, pero sabía que no iba a morir allí. El viento era terrible, y sus sienes querían reventar. El zumbido en su cabeza era aterrador, pero no más que los enigmáticos choques de energía que se estaban produciendo en la Casa de Aries.

“Dos colosos luchan por la existencia del mundo”- notó perfectamente que pensaba, sin que su voluntad tomara partido, como en medio de un delirio febril.

Alguien le levantó la cabeza con cuidado, y la colocó sobre su regazo... Tomó el pulso en su garganta, le acarició la frente, le habló insistentemente en el oído... Era Hyoga, por supuesto. Hyoga.., que ahora se encontraba inclinado sobre ella, con su único ojo de hielo presa de una legítima preocupación.

- Dime algo, ¡dime algo, Al!
- Hy..oga…-musitó ella, muy débil.
- No puede estar aquí- oyó que el Caballero del Cisne hablaba con alguien- Si la dejamos sola, moriría de frío o de cansancio. O quizá la rematara alguien, porque se encuentra a merced de cualquiera. Hay que llevarla a algún sitio, aunque no sé a dónde.

Alba, de repente, encontró su propia conciencia, que había estado vagando por algún lugar extraño, por algún territorio onírico indeterminado... Se despertó, por así decir. Sin abrir los ojos aún, aferró la muñeca del Cisne. Con una fuerza que desmentía su aparente debilidad. Con una energía infrahumana, resultado de sus duros entrenamientos, de sus duros combates, de sus duras amarguras, de sus duras privaciones, de sus duras ausencias…

- Claro que sí: claro que debéis llevarme: pero con vosotros".

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