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domingo, 5 de julio de 2009

Saga de Astrea 31- fanfic Caballeros del Zodíaco

Recuerdo que cuando escribí este capítulo de la Saga de Astrea, hace ya algún tiempo, aún no sabía muchas de las cosas que doy por ciertas hoy en día... Pero entiendo que, incoscientemente, quizá las intuía. ¿Os habéis leído La Divina Comedia? Os recomiendo que lo hagáis, así como el Decamerón, dos obras cumbre de la literatura italiana y mundial.

... Hay muchas cosas más de las que parece en el cielo y en la Tierra... El mismísimo Infierno, por ejemplo, está aquí: entre nosotros.

Espero que lo disfrutéis y que os haga, en algún punto, reflexionar.¡Buen fin de semana!
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Bien poco enseñó la vida a quien no le enseñó a soportar el dolor”.
Arturo Graf.

"Hermes caminaba tan rápido que en varias ocasiones dudé de que pudiera seguirlo más… Si no hubiera sido por su presencia luminosa y en cierta manera protectora (aunque realmente no me protegía, sino que más bien me iba guiando, un poco desapegadamente), tengo claro que hubiera muerto más pronto o más tarde. En verdad no habría resistido mucho. Los espantos que moraban en aquellas regiones eran inconcebibles, y sólo mi guía parecía encontrarse perfectamente sereno, en mitad de aquel pandemonium (y nunca mejor dicho). Si así era el Infierno.., por Dios que se parecía bastante a lo que siempre habían enseñado los sacerdotes de casi cualquier religión humana. Sólo una cosa me extrañó: no veía por ningún lado a esos diablos que, supuestamente, debían atormentar a las almas con mil y un refinados tormentos. Mi mente se habría quebrado en más de una ocasión, presa del pánico ante aquellas voces, susurros y horribles visiones repentinas que se desvanecían sin dejar rastro.., si no fuera porque Hermes, que parecía darse cuenta de mi estado de ánimo, se volvía en seguida, moderando su paso veloz, hablándome con insistencia y obligándome a mirarle a los ojos. De esta manera intentaba centrarme, creo yo, para que no me dejara caer en los brazos de la locura.

- Éste es el primero de los Nueve Círculos, no te asustes…- gorjeó aquel ser curioso e inteligente, casi divertido.
- ¿Los.., los Nueve Círculos?
- Así es- Hermes sonreía satisfecho, como un escolar con zapatos nuevos- El Hades tiene Nueve Círculos, nueve niveles, digámoslo así. El primero, por donde transitamos, es el menos profundo, el más apegado al mundo material, de donde tú procedes. Aquí moran los espíritus que pocas transgresiones graves han cometido, que pocos pecados deben purgar.
- ¿Entonces, qué hacen aquí? ¿Qué se supone que han hecho?
- Pecadillos sin importancia- se burló mi guía- ¿Has oído hablar alguna vez del Limbo de los católicos medievales? Pues, a pesar de su ignorancia supina en materia espiritual, no andaban muy descaminados esos personajillos.

Alucinada me quedé.

- ¿Qué?
- Éste es el Limbo, Kelia- repitió Hermes, con una paciencia que yo jamás le hubiera supuesto, pero con firmeza- Según la tradición católica, aquí moran las almas de los hombres justos anteriores a la primera venida de Jesucristo.., y también los espíritus de los niños que mueren sin recibir el sacramento cristiano del Bautismo.
- Pero.., ¿eso es cierto?
- No- Hermes se encogió de hombros y sonrió de oreja a oreja- Aunque éste es un lugar más amable que el resto del Hades. Aquí no llega el fuego. En realidad, los espíritus que aquí moran se encuentran despistados, por así decir. No saben dónde están, no saben quién son. Son almas que han muerto repentinamente, por un accidente, por un crimen. O bien murieron presa de la locura, o en algún estado de confusión especial por otras causas, como un shock emocional. Ellos permanecen aquí, purificándose, aprendiendo a comprender y a ver qué es lo que ocurre, hasta que deciden a dónde quieren ir a parar después.
- Pues si esto es el Limbo.., cómo será el Infierno- musité yo, espeluznada y presa de escalofríos.

Hermes reía a carcajadas. Me di cuenta de que, cada vez que lo hacía, el resplandor azulado que desprendía su cuerpo aumentaba mucho más en intensidad. Era como una batería viva, que proyectaba luz a partir de su propio ser.
- No temas: no pueden hacerte daño. Veas lo que veas y oigas lo que oigas, recuerda: eso no va contigo.
- ¿Estás seguro?
- Nadie se enfrentaría a la cólera de un dios entre estos desgraciados- aseguró Hermes con suficiencia. Su tono era frío, sorprendentemente duro. Había dejado de reírse.

Me atreví a mirar después de esto, con el rabillo del ojo, un poco más en torno a nosotros… El ambiente era menos sulfuroso, menos cuajado de vapores infectos que el que habíamos podido encontrar a las puertas de aquella región monstruosa. Una débil claridad lechosa, adornada por delicados jirones como de niebla, alumbraba un escenario rocoso, grisáceo, vacío. El olor del aire me recordó, de repente y no sé por qué, a mis inciensos de palo santo. Qué cosa más extraña. Se oía agua goteando por doquier. Al principio no vi ningún espíritu.., bueno, en realidad no vi nada ni nadie que pudiera hacerme pensar en un ser con un relativo remedo de existencia. Pero luego me percaté de mi error.

Agachados en el suelo, vagando entre las brumas, o de pie mirando al frente, con pupilas insondables, se podía percibir, esforzando la vista, algunas formas humanas. Eran tan tenues, tan frágiles: parecían hechas de humo y de una leve luminosidad inespecífica. Recordaban apenas el suspiro, la sombra de un ser humano. Daba la sensación de que se encontraban perdidos en su propia desesperación sin fin. Me quedé observando a una mujer joven que, con los ojos desencajados y lo que parecía el cadáver de un bebé entre los brazos, se balanceaba frenéticamente adelante y atrás, sentada en el duro suelo. Un anciano consumido, de cabellos ralos y huesudas rodillas, que se entreveían a través de los jirones de su pantalón, mostraba sus brazos esqueléticos y llenos de escaras, mientras miraba alucinado al infinito. Hermes me cogió de la muñeca y tiró de mí, para obligarme a caminar más rápido a su lado. Sentí el calor ardiente de su intensísima energía en mi piel, a su contacto.

- No los mires, Kelia. No puedes hacer nada por ellos.
- Pero, pero.., ¡parecen tan desesperados!
- Obviamente lo están. Es muy peligroso para ti tratar de ayudarles, dejándote llevar por tu compasión. Su destino no debe comprometerte. De prestarles tu brazo, te arrastrarían consigo, como los ahogados.

Me estremecí. Era terrible, ¡terrible! Con los ojos llenos de lágrimas y el corazón encogido, traté de hacer caso omiso de los lamentos que oía, de los susurros enloquecidos, de las visiones… Pero no fui capaz. La voz de todos aquellos seres, condenados o perdidos más allá de las sombras, donde la luz no penetra, me taladraba los oídos: me perforaba el alma. Sentía su dolor en mi interior, como un golpear dentro de mi cabeza. Experimentaba su energía como una emisión poderosa, como un aullido que me reclamaba con insistencia. Llegaron a dolerme los oídos: apenas podía resistirlo, no me permitía pensar. Y en ese momento, una mano aferró mi tobillo derecho. Lancé un grito espantoso, presa del pánico. Miré al suelo, y casi sufro un colapso.

Arrodillado, a mis pies, se encontraba Xilon. Él había sido compañero mío durante la escuela primaria. Con 14 años tan sólo, falleció repentinamente, víctima de un ataque al corazón. Bueno.., nunca se aclaró demasiado aquel tema. En el instituto se habló de que tomaba drogas, de que había sufrido un coma etílico del que nunca salió.., incluso de que su padre le maltrataba, y de que un buen día se le fue la mano con él. Todas esas explicaciones a mí siempre me parecieron absurdas, y jamás las creí. Pero la verdad es que nunca supimos lo que le había ocurrido. Ahora, su presencia se mostraba con fuerza ante mis ojos acobardados, ante mi mente dominada por el pavor más absoluto. Él me miró, y una chispa de inteligencia iluminó su rostro. Casi me pareció vislumbrar su sonrisa. Pero enseguida esa luz aparente dio paso a una expresión oscura, terriblemente densa, insondablemente negra en su cara.

- Mamá…-musitó él, con un hilo de voz-, mamá.., ¿por qué me has dejado solo?
- Yo…- mi voz no salía, no salía.., ni a la fuerza era capaz de hacer expresarse a mi garganta.
- ¡Tan solo!

Me incliné sobre él, extendiendo las manos, cuando de repente me vi arrebatada en brazos por los aires. Chillé, me debatí, lloré desconsoladamente, como si estuviera en plena rabieta. Me sentí como si recorriera kilómetros de distancia, cabalgando en medio de dos alas poderosas que batían con fuerza y que me dañaban la cara. Lloraba a lágrima viva. Cuando pasó aquel frenesí y aquel mareo, vi sobre mí los ojos azul celeste, casi fosforescentes, de Hermes.., mirándome con expresión dura, mezcla de reprobación y de incredulidad.

- ¡Te dije que no te acercaras! ¡Que no les prestaras tu atención! Si me desobedeces, Kelia.., si cedes a la compasión y te abandonas a ti misma.., yo no podré ayudarte. Tengo mis límites, y la voluntad de Hades no me permite más que moverme rápidamente por estas tierras que el ojo de Dios abandonó hace tiempo.
- Xilon.., ¡Xilon!- sollocé.
- Es hora de penetrar más abajo aún. Es hora de buscar a los Jueces, Kelia. Los Jueces del Infierno. No pararé hasta que averigüe por qué tú, siendo mortal, has descendido en vida hasta estas profundidades.

Me quedé transida, como si me hubieran golpeado. Hermes me miró con curiosidad mal disimulada, como el que observa a un perrito detrás de un cristal, en una tienda de animales. No me importaban un ápice los Jueces. Es más, empezaba a importarme bien poco la diferencia entre estar viva y muerta. ¡Deseaba tanto descansar! Acabar con aquella locura que me había sumergido en un pozo insondable. ¿Quién había pedido aquello? ¿Quién? Hermes me tocó levemente con el dedo, como si quisiera comprobar mi solidez. En ese momento grité y me rebelé, colérica.

- ¡No tienes alma! ¡No tienes corazón!
- ¿Ummmm?
- ¡Toda esta gente aquí, sufriendo, perdida, y tú les niegas la posibilidad del más mínimo consuelo! ¿Quién eres tú, que no entiendes el significado de la palabra humanidad?

Durante un segundo temí que se enfadara de veras y que me aplastara contra la tierra o, aún peor, que me dejara abandonada a mi suerte allí, en aquel lugar horrible, después de haberme golpeado con toda su furia… Pero él no se movió. Jugaba compulsivamente con su vara, aquel instrumento que no soltaba jamás y que yo no comprendía en absoluto para qué servía. Me miró de hito en hito: sus ojos eran fríos, agudos, desprovistos de cualquier sentimiento. Parecía reflexionar. Al cabo de un rato, suspiró: pero no era un suspiro emotivo, sino más bien cansado. Aburrido. Miró hacia arriba, al techo de la caverna. Miró a los lados, como si aquello le resultara pesado y quisiera librarse de mí, escapar de aquella chica plomiza que le fastidiaba el día. Luego se cruzó de brazos y, por vez primera, tuve la fortuna de observarle quieto durante unos pocos instantes.

- Te diré algo que no sé si estoy autorizado a comentarte, niña.

Se sentó en una piedra, y en aquel momento me pareció increíblemente joven, pero también, incomprensiblemente, revestido de una experiencia y una sabiduría infinitas.

- Has de aprender a soportar el dolor. Sí, Kelia: tienes que admitir el dolor. Tu compasión por los demás no es pura, no es legítima; proviene de la compasión por ti misma.
- Qué estás diciendo… Tú eres un desalmado.

Hermes sonrió, torciendo la boca.

- ¿De veras?
- No sé quién eres, pero pretender que mire hacia otro lado, que me quede tan tranquila en este lugar horroroso, sabiendo que esta gente no tiene salvación, entendiendo que están abandonados a su suerte, tan solos.., tan solos y sin saber qué es lo que ocurre, sin comprender ni por un momento que…
- ¡Basta!- alzó la voz de una forma que me produjo escalofríos- ¿Sin comprender qué? ¿Qué están muertos, desencarnados, y que eso es lo que hay? Te equivocas si piensas que ellos son víctimas, Kelia: estás sumamente equivocada.

Lo miré como se mira a un loco peligroso.

- Ven conmigo- sonrió aquel ser prodigioso y envuelto en una chispa divina de inteligencia inmortal- Acompáñame, y comprenderás. Buscaremos a Minos.., buscaremos a los Jueces del Infierno. Pero tendrás que aprender a soportar el dolor, Kelia. Si no lo haces, si no lo consigues…

Se calló de repente, y su luz, su energía pareció menguar un poco, durante unos segundos.

- Qué ocurrirá si no lo hago, Hermes…- estaba agotada, y apenas podía sostenerme de pie sobre mis piernas.
- Sencillamente: no podrás salir de aquí jamás hasta que no estés dispuesta a soportar y a rendirte. Hasta que comprendas quién eres y qué es lo que te ha traído. Tu destino ya está escrito, querida, es muy sencillo: sólo hay que rasgar el sobre y admitir el encargo".

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