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viernes, 22 de mayo de 2009

Saga de Astrea 28- fanfic Caballeros del Zodíaco

"Me apresuro a reírme de todo, para no verme obligado a llorar".
Pierre A. Beaumechais
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No era aquella una oscuridad normal... Era una negrura densa, como si se tratara de niebla, pero luego aparecían por doquier, en las profundidades de aquella tierra sin nombre, violentas llamaradas rojizas, como fuegos ardientes que surgieran de las entrañas, del corazón mismo de ese vacío infinito e insondable. Mis ojos se acostumbraron enseguida al resplandor púrpura y negro de aquel lugar espantoso. Era mucho peor el hedor a muerte, a podredumbre pura, que atenazaba el aire, o lo que fuera aquel fluido etéreo que ahora estaba respirando. Y aún más terribles, los sonidos. Ruidos de procedencia imposible de determinar, repentinos, violentos, chirriantes, absurdos. A intervalos, carcajadas siniestras. Lamentos como de chacal, o de perro moribundo, que parecían llegar de todas partes y de ninguna. Metálicas cadencias como de armas, o de cadenas. Aullidos inhumanos que herían mis tímpanos con el terror irracional de la desesperación más pura. Palabras susurradas casi en mis oídos, de repente lejanas, de improviso muy nítidas, en idiomas que jamás había escuchado. Gemidos de placer o de locura, sabe Dios proferidos desde qué garganta atormentada. Estaba enloquecida de puro miedo, pero según pasaba el tiempo (no sé cuánto: perdí la noción y ya no me parecía todo más que un eterno navegar entre aguas turbulentas) cada vez me sentía más insensible. ¿Cuánto miedo puede soportar una razón humana sin quebrarse? Sentí que me abandonaba peligrosamente, me dejé llevar y ni siquiera me inmuté cuando me pareció percibir cómo algo suave, como una telaraña o unas plumas de ave, me rozaron el rostro delicadamente.

Mi guía, de improviso, viró la barca, que parecía flotar, sin más, por encima de aquella tremebunda corriente de agua que llamaban el Aqueronte los antiguos... Noté una sacudida, y me di cuenta de que la proa había tocado tierra.

- Hemos llegado- dijo Caronte, y su voz, de nuevo, me pareció la de un anciano muy, muy viejo. Miré atrás, buscando respuestas, pero él tan sólo alargó la mano para señalarme hacia delante.

Y entonces me di cuenta de que no estábamos solos.

Una enorme multitud formaba una fila larguísima, cuyo principio y fin se perdía en la oscuridad.., bueno, si es que a aquello se le podía denominar multitud, claro. Lo cierto es que cada uno de los individuos que la componían tenía, o recordaba, las formas bípedas de los habitantes de la tierra.., pero nada más. Se movían lentamente, como si fueran arrastrando los pies; mecánicamente. Me recordaron a las películas de zombies. Me estremecí, procurando adecuar mis pupilas para ver más detalles de la infinita cola de.., ¿personas? No era capaz de distinguir rasgos diferenciados en aquellos seres envueltos en oscuridad. Me volví de nuevo a Caronte, y él asintió.

- Ellos han elegido reposar aquí, en el Inframundo… Caminan hacia el lugar que les corresponde según los dictados de su propia alma. Inexorablemente, el Infierno les acoge entre sus piadosos brazos.
- ¿Cómo que han elegido?- me espanté.
- Así es- oí una voz y una risa como de muchacho a mis espaldas, y di tal brinco, que estuve a punto de caer al agua.

Caronte emitió algo muy parecido a un rugido, a un borboteo ahogado de agonizante… Yo, que tenía los pelos completamente erizados, no pude apenas moverme. No me atrevía a mirar.., pero lo hice. Conseguí darme la vuelta para enfrentar vaya usted a saber qué siguiente horror o aparición funesta… Y así fue como le descubrí.

Sentada en la orilla, una figura similar, en apariencia, a Caronte... Brillante, pero mucho menos corpulenta. Envuelta en esa especie de manto, de ropaje medio transparente, medio hecho de luz, medio compuesto por jirones deslavazados… Unos ojos negros, de pupilas inexistentes, miraban intensamente, con fulgor de obsidiana una vez más, desde la protección nebulosa de una caperuza. En la mano, delicadísima, algo así como un bastón, una vara.., qué sé yo. El ser brillaba, al igual que el viejo barquero, con una luz casi cegadora, impropia de aquel lugar. Volví a sentir el roce de unas plumas, o algo similar, en mis mejillas, y esta vez sí que me asusté bastante.

- ¿Así es como das cuenta de tus sagradas obligaciones?- bramó de nuevo la voz de Caronte, que yo ya sabía que podía proyectar, de alguna manera, como hacen los tenores, hasta casi hacer vibrar mis tímpanos dolorosamente.
- Oh, viejo…- la voz de adolescente volvió a sonar, nítida y despreocupada- Llevas demasiado tiempo aquí, pasando tu barca una y otra vez de orilla a orilla. Te estás volviendo un cascarrabias.
- Oh, Hermes…- respondió el barquero, remedando el tono del aparecido- Vamos a ver cómo solucionas tú, que eres tan listo, este problema.

El tal Hermes (¿¿Hermes??) se levantó ágilmente. Frente a mí, prácticamente sería de mi estatura. Yo lo observaba como el que mira a un león en su jaula: medio atontada, medio impresionada. Aquel ser volvió a reírse, y quizá eso fue lo que me otorgó la energía suficiente como para preguntarle:

- ¿Cómo has aparecido tú?
- ¿Cómo?- respondió él, y su tono de voz parecía verdaderamente divertido- Así.

Y desapareció. Delante de mis ojos. Como si se hubiera evaporado.

- La necesidad siempre me ha obligado a tener que moverme muy rápido, ¿sabes?

Me volví: ¡estaba a mis espaldas, en la barca! Caí al fondo del bote de culo, retrocediendo a gatas. Él se echó a reír una vez más, y después se dirigió a Caronte con una extraña autoridad, que desmentían su joven voz y sus maneras suaves.

- Extraños días estos, en los que los mortales deambulan por los Infiernos sin que nadie les dé el alto, ¿eh, viejo? Vaya, vaya, qué tenemos aquí- se inclinó un poco, como para estudiarme- Y sobre todo, por qué. Ésa es la cuestión: por qué. Pero estoy cayendo en la cuenta de que estamos siendo poco amables con nuestra nueva amiga, Caronte. Ella debe sentirse poco menos que acongojada con nuestra apariencia tan extraña, ¿no crees?

Y entonces, la silueta de Hermes pareció oscilar, desdibujarse, cambiar, para a continuación irse definiendo cada vez más. ¡Y vaya si cambió! Estupefacta, pude constatar cómo aquella figura medio fantasmagórica se transformaba en un ser de apariencia completamente humana. Era un joven, no sé de qué edad, quizá unos 18 años, no más. De pelo negro, ensortijado, ojos turquesa brillantes y rientes, proporciones magníficas, mediana estatura… Su piel era blanca como la nieve, su sonrisa, de un encanto sin igual. Sujetaba su frente una especie de diadema de oro.., pero lo más increíble es que no se cubría más que con una especie de toga corta, sin preocuparse mucho de qué manera se la colocaba, por cierto. Me sonrojé cuando me di cuenta de ese particular, y él, divertidísimo, me miró a los ojos:

- Hace mucho calor en el Infierno, qué quieres…- de nuevo se volvió hacia Caronte, rápidamente, cambiando de tema- Tú a lo tuyo, ¿eh? Bien, pues si prefieres mostrarte como una especie de esencia espectral, viejo tozudo, es tu elección. Mi opinión es que se te ve bastante feo, pero sobre gustos…- de nuevo se dirigió a mí- ¿Encontraste a quién andabas buscando? Sé que no te introdujiste en el Hades por decisión propia, pero he perdido la pista yo también a tu.., amigo. ¡Vaya, y eso sí que es raro, por cierto!- una vez más se volvió a Caronte, y en esta ocasión tono de su voz sonó más seco- Viejo, aquí está pasando algo sorprendente.., tengo muchas teorías, pero me aturde mi propia curiosidad. Lo que más gracia me hace es que nadie me ha avisado de nada, y sobre todo, que yo no me he enterado bien del caso. Como podrás suponer, eso es algo casi imposible, y por lo tanto, viejo, he llegado a la siguiente conclusión: es de importancia suprema que todo se haga con el más riguroso secreto. ¿Y qué es eso que hay que mantener en secreto, y por qué? Sé que tenemos por aquí a un individuo rondando, el cual obviamente no pertenece a este mundo. Sé que ése ha convocado alguna especie de magia ritual, de importante componente sexual para ser más exactos, diría yo, y que, en virtud de algún tipo de hado o de concesión especial, se mueve tranquilamente por el Hades, sin perder su condición mortal y humana… Y lo mismo ocurre con esta muchacha…- se volvió a mí, sonriendo, y señalándome con esa vara que llevaba en la mano derecha- Todo muy raro, muy extravagante, y apenas puedo detenerme a reflexionar cómo es posible que haya sucedido. ¡La curiosidad me mata, jajaja!

Caronte guardó silencio.

- ¿Y eso es todo lo que se te ocurre, viejo?- Hermes soltó una vez más una carcajada ligera- Vas mejorando con los años, qué duda cabe.
- No quiero estar aquí- casi sollocé yo.

Hermes me miró intensamente con sus ojos turquesa, que no pestañearon.

- Ya me imagino, muchacha, pero el caso es que estás. Por qué motivo, eso es lo que quiero tratar de averiguar. Hay gente muy rarita por estos lugares, ¿sabes? Por si no te habías dado cuenta aún. Rara y peligrosa, ¿eh? Servidores, esclavos del Dios de los Muertos. Y a los propios muertos, sobre todo a algunos, tampoco hay que perderlos de vista.
- Es estúpido tratar de averiguar lo que evidentemente nadie ha querido contarte- comentó Caronte.

El joven, al oír esto, se irguió rápidamente, con los ojos turquesa echando chispas. Sonreía de una forma astuta, y solamente eso denotaba algo de furia en él. Porque sus maneras seguían siendo suaves y chispeantes. Pero la voz volvió a tornarse más seca y metálica, más cortante.

- Vaya: brillante deducción, viejo… Brillante. ¡Qué cabeza privilegiada, la tuya! Nada se escapa a los ojos de Hermes, nada en este mundo ni en el otro.., excepto que haya una buena razón para que Hermes no lo vea, ¿cierto? Sí, Caronte: no le hables de evidencias y señales, ni del destino, a un dios. El destino no me afecta, así que puedes guardarte la ironía donde te quepa, ¿queda claro, o es un discurso demasiado elaborado para ti?
Caronte no dijo ni media palabra. Igual le pasaba como a mí, y no podía creerse ni la mitad de lo que estaba oyendo.

- Tu nombre…- continuó Hermes, mirándome.
- ¿Eh ?
- Te pido tu nombre.., un nombre, por favor.
- Kelia…
- Kelia..., ¡ah!
- ¿Qué es lo que ocurre?- preguntó Caronte, que había tomado tierra junto a su barca y permanecía en silencio, pacientemente, como si se hubiera decidido a no intervenir demasiado en aquel asunto.

El joven abrió mucho los ojos… La llama de una inteligencia pura, viva, absolutamente inhumana, ardió en sus pupilas. Pareció transformado. Tomó la vara que llevaba en la mano y la alzó. Aquel instrumento, repentinamente, cobró vida, de alguna arcana manera que la mera comprensión humana no alcanzaría jamás a revelar. Dos serpientes, que giraban alternativamente la una sobre la otra sin tocarse jamás, y sin tocar tampoco el cuerpo de la vara, aparecieron en ese momento, envueltas en llamaradas de un azul eléctrico. Arriba, dos alas minúsculas, como de ave, se abrieron, semejantes a los pétalos de una flor mística. Batían y batían sin descanso, iluminadas por el mismo resplandor azul. Hermes aparecía bañado en aquella luz lechosa, la misma que se desprendía ahora, como en un río interminable, de sus pupilas turquesa. Ni joven ni viejo, ni humano ni dios, era increíble para mí sentir la presencia de aquel ser poderoso, el ente más alucinante de todos los que me había encontrado hasta el momento. Prácticamente desnudo, como una estatua de nuestros antiguos templos, con la vara alzada hacia las alturas, absolutamente transportado en una especie de arrobamiento… Un señor de los secretos de la vida y de la muerte.

- “Su padre es el Sol, y su madre la Luna- clamó entonces con una voz enorme, infinita, que resonaba incluso en mi interior. Una voz distinta a la que antes había revelado.., la voz de un dios- El viento la ha llevado en su seno, y la tierra la ha nutrido”…

- Dios mío…- musité, temblando de pies a cabeza. El Hades mismo parecía guardar silencio.., o sus estremecedores sonidos habían cesado temporalmente, pendientes de las palabras de Hermes.

- “Esto es por lo que soy llamado Hermes Trismegisto: porque poseo las tres partes de la filosofía cósmica”.

Un fogonazo.., un fogonazo repentino, un estallido brutal.., y todo quedó a oscuras.

No me atrevía a moverme.

Lo sentí de nuevo: como una telaraña, o como las suaves plumas de un ave, acariciándome el rostro. Entonces solté un chillido agudo, aterrorizada. Alguien me cogió de la mano con delicadeza. Unos dedos suavísimos, delgados.., y de nuevo la voz de adolescente cerca de mí, casi en mi oído. Creo que estaba deslumbrada, porque no podía ver. Pero sentía como nieve, o como plumas.., algo delicado y tenue que caía a mi alrededor constantemente.

- No temas, Kelia. Te haré de guía, para que los muertos se aparten a tu paso. Para que tengas la protección de los cielos en el lugar más terrible y desolado del Universo. Y porque ahora sé quién eres tú.
- ¿Hermes?
- Hermes, Mercurio, Thot, Dyehuty, Ek Chuak… Y qué más da…- respondió él, volviendo a reír suavemente de nuevo.
- ¿Siempre estás riéndote?- me atreví a preguntar.
- Casi siempre- contestó él, y empecé a poder verle, a adivinar su curioso rostro de niño, en medio de aquella terrible oscuridad- La risa nos mantiene más razonables que el enojo.
Miré a lo lejos, hacia las orillas del río terrible, y percibí la silueta del barquero entre las sombras… Fiel a su oficio, cumplida ya su misión, se retiraba de nuevo, sin mediar palabra: una tenue luminiscencia que jamás se despidió de mí, y que jamás volvería a ver. Caronte, el barquero del Infierno, se perdió entre las sombras como un ente de pesadilla. Tan sólo el vacío que el anillo de mi madre había dejado en mi dedo era la muestra indiscutible de nuestro breve pero intenso encuentro.

2 comentarios:

Castor vs Pollux dijo...

Impresionante...

Hace un par de días leí una cosa donde uno de los personajes era Hermes. Y ni de lejos logra transmitir lo que tu texto transmite.

Una de las mejores reinterpretaciones de mitología que he leído.

Luz de Andrómeda dijo...

¡Me alegro que te guste, de veras! Harta ya de que presenten a Mercurio por ahí como si fuera el tonto de la feria.., lo mismo que te dije antes: puedo hacer esto, por mi afán de meterme a fondo en todos los sitios.

Los arquetipos, los símbolos, no me pertenecen.., pertenecen al pensamiento universal del hombre.

... Introdúcete en esa biblioteca enorme de sabiduría global, y podrás expresarlo igualico, igualico que yo...

... Mercurio... El mensajero de los dioses.., pero también el guía de las almas de los muertos por el Inframundo...

Por eso le quise representar así, luminoso, azul, con alas.., y no en actitud semi equívoca, como muchas veces se le representa.

¡Me alegro mucho que te haya gustado tanto!