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jueves, 21 de mayo de 2009

El tarot: profesionalidad o teatro

Ayer volví a enfrentarme a una situación que ya conozco, porque me ha ocurrido en numerosas ocasiones. Estaba con una consulta, y la clienta se puso un poco.., lo que yo llamo "aberronchada" XDDD.

Bromas aparte, me niego a hacer "teatro" con todos estos temas. No pienso ponerme un pañuelo en la cabeza ni pendientes de gitana. No pienso sacar una bola de cristal ni colocar debajo del tarot un tapete negro con símbolos raros que no conoce ni su tía. Ni hablar de hacer pases mágicos, poner cara de circustancias, los ojos en blanco, o decir que estoy canalizando vaya usted a saber qué espíritu. No.

El tarot funciona gracias a la potencialidad que todos nosotros tenemos en el incosciente, en nuestro verdadero Ser, signifique eso lo que signifique realmente. Mi cliente estaba muy nerviosa. Y empeñada. ¿Empeñada en qué? En que le dijera lo que quería oír. A pesar de arriesgarme a pillarme los dedos en una situación un poco tensa, me niego usualmente a decirle a la gente lo que quiere oír. ¿Me pagan para que les engañe? No paso por ahí, ¡noooooo!

Un tarotista no es un brujo ni un adivinador. Es una persona con una cierta capacidad (que puede ser mayor o menor) para "conectar" con determinada fuente de información que, aparentemente, no está a la vista del que consulta. Ahí radica todo su "poder". Me parto cuando veo a algunas y algunos tarotistas por la televisión. Me entretengo en observar bien su tirada y luego escuchar lo que dicen. Porque en la mayoría de los casos, no me entero absolutamente de nada de lo que hablan.., ni aquello tiene mucho que ver con lo que yo interpretaría, según esas cartas que yo estoy viendo.

Si tanto el tarotista como el consultante van en busca de respuestas con valentía (esto es, afrontando la realidad de cada cuestión con firmeza y sometiéndose al hecho esencial de que no podemos controlar a nuestro gusto y voluntad los acontecimientos), la baraja se convierte en un muy apropiado y útil consejero, por lo general. Incluso puede (y suele) revelar asuntos que ni de coña se nos habrían pasado por la cabeza. El tarot requiere un alto compromiso ético. Obviamente, hay que tener cierta psicología (aunque sea de andar por casa), empatía con el cliente y sensibilidad.

Estamos nada más y nada menos que ahondando en el mundo interior de una persona, y eso es muy, muy delicado. Por eso, trabajar con el tarot requiere, al menos, voluntad de servicio, limpieza de intenciones, objetividad, escrúpulos morales, ausencia de intención de lucro a toda costa, conciencia de cumplimiento de una misión, y capacidad de apoyo.

El respeto mutuo es esencial, y por eso ayer, cuando noté que la persona estaba absolutamente cerrada al tarot, y que lo único que quería era confirmar y apoyar sus propios deseos a toda costa, tuve que dar por zanjada la cuestión. No quería entrar en una dinámica de parloteo superficial, ni convencerla de nada. Me es imposible moralmente aprovecharme del dolor moral y espiritual de la gente, porque eso me provoca un daño atroz enseguidita. Así que tuve que dejarlo, sugiriéndole que quizá, más adelante, podríamos ahondar un poquito más en el problema que le preocupaba. En fin: gajes del oficio, jajaja. Al fin y al cabo, es lo que me hubiera gustado que me hicieran a mí, si yo hubiera requerido los servicios de un profesional de las cartas.

¡Hasta luego! :-)

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