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jueves, 20 de noviembre de 2008

Saga de Astrea 8-fanficCaballeros del Zodíaco

Éste es mi blog. Y no sólo eso: es el cántico de mi alma. Me entrego completamente aquí: mi corazón está al descubierto. No penetréis con la razón, no penetréis con arma alguna en mis dominios. No toleraré interferencias.

Ahora sé que pelearé hasta la muerte con cualquiera, sea quien sea, tenga la filiación que tenga, por grande que sea su fuerza.., que intente cargar de cadenas a mi alma.

Porque hoy sé quién soy. Os dejo con mi fanfic. ¡Saludos!
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“El remordimiento es el único dolor del alma que el tiempo y la reflexión no logran calmar jamás”.
Madame Stael.

Mu, el lemuriano, se encontraba sentado en las escaleras de acceso a la Casa de Aries, y esperaba… Esperar no era su fuerte, desde luego, pero se veía obligado a hacerlo, y eso le incomodaba hasta extremos casi intolerables. Sin embargo, obediente a sí mismo y a su deber, no se movía de la puerta de entrada al Santuario, la primera de las Casas que condensaban, en sí mismas, toda la esencia de los poderes encarnados por los Signos... Parecía enteramente una estatua. Con los ojos cerrados, trataba de captar los mensajes que le llegaban de lejos, de más allá de las fronteras de los cinco sentidos, incluso más allá de la frontera del sexto, que hasta intuyen, sin mayor problema, los hombres comunes y corrientes.

Completamente armado y en un estado muy parecido al de la meditación de las disciplinas orientales, Mu reconocía sin problemas la presencia de sus compañeros en cada una de las Casas que aún contaba con un guardián… Pero, ¿dónde estaba Aioria? ¿Y Dohko? Ninguno de los dos había muerto en los últimos enfrentamientos que pusieron en tela de juicio el poder del Santuario, así como el de los Santos de Bronce. Los dos caballeros parecían haberse esfumado. No estaban en el otro mundo, pero era como si nadie pudiera encontrarlos. “Demasiados muertos”, se lamentó Mu, sinceramente. En efecto, había visto y experimentado mucho dolor y aflicción durante toda su vida. Es cierto que era un guerrero, que la razón de su vida era la lucha, pero había llegado a un punto en el que echaba de menos algo de paz. Algo que, al parecer, le estaba completamente vedado, pero que Mu había conocido, y que por ello, apreciaba.

“Verde por todas partes. El sonido del agua corriendo, un riachuelo, flores exóticas, la Vida en su máximo esplendor. Y ella sonríe, y es como si el Sol se hubiera humillado, como si hubiera descendido de los cielos para honrar su tez pura. Nada es superfluo en ella, está toda hecha de paz. Como un sueño de los dioses, camina humildemente, sin pedir ni dar explicaciones, pero otorgando generosamente todo su ser. No es frágil. Tiene la fuerza infinita del Ser hecho materia. Y ríe, ríe. Guardo su risa en mi cabeza, como el sonido de una campana de plata. El color de miel de sus cabellos, el color de miel de sus ojos…”

Mu se sobresaltó, y se dio cuenta de que, o bien se había quedado dormido, o estaba divagando por unos senderos que no era conveniente transitar en ese momento. Pero al ponerse alerta, sintió algo muy raro, que le conmovió hasta el corazón mismo de las entrañas. No podía ser. Oteó el horizonte, abrió de par en par las puertas de su percepción, y estuvo completamente seguro. Frunció el ceño, advertido y vigilante. El destino parecía burlarse de todos, jugando al ratón y al gato con sus sentimientos, con su dolor, con sus almas hechas de pequeños retazos de cosmos aterido… ¿Quién ha dicho que los guerreros no tienen miedo? Mu de Aries lo tenía, sin duda alguna. Y con razón. Alguien que conocía de otro tiempo había llegado a la isla. Alguien de quien guardaba un buen y un mal recuerdo, y contra la que la única arma era esconderse en lo más profundo de la tierra. Porque el corazón de Alba era capaz de perforar hasta el caparazón más duro, hasta la armadura más diamantina, hasta el ánimo más valeroso. Así pues, no había estado soñando: simplemente, le había sido enviada una imagen como preludio de lo que se avecinaba.

“Qué haces tú aquí… Y por qué regresan quienes te acompañan…”

Se puso en pie, ciertamente dolido, con la mirada baja… Arriba, en los cielos, las estrellas fugaces trazaban rutas inciertas y urdían funestos presagios. Por eso, porque se entretuvo un instante solazándose en su propio dolor, tardó en captar el peligro. Las silenciosas columnas del Santuario parecieron moverse, y de hecho, una sombra enorme, que salió tras ellas, se materializó a pocos metros de donde se encontraba. Mu se alzó en toda su estatura y se volvió sin dudar hacia el enemigo. Porque era un enemigo, un extraño, el que amenazaba su Casa. Las doradas puntas de los cuernos de carnero que el guerrero portaba, protegiendo sus hombros, adoptaron un brillo siniestro.

- ¡Alto, detente! Si das un paso más, no respondo de tu vida.
- Mu, ¿cómo te atreves? ¿Acaso ya has olvidado mi rostro? ¿Cómo osas amenazarme? ¡Arrodíllate ahora mismo!

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